Los otros misterios del tabaco

26 de Febrero de 2014 1:51pm
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Los otros misterios del tabaco

Dualidades el tabaco tiene muchas, pero quizá entre las más atrayentes estén su vocación de servir tanto a bandidos como a policías ya sea en la realidad o en la ficción, estar del lado de la luz y del lado de las sombras, morir en la boca de un criminal mientras espera a su víctima para luego, entre los labios del detective, guiarle hasta el asesino por entre las reflexivas volutas del humo.

Don Jaime fue uno de aquellos emprendedores catalanes que cimentaron el buen nombre del tabaco cubano. En 1827, aprovechando la derogación de los impuestos reales que cargaban a la industria tabacalera, fundó un modesto taller que llegó a floreciente fábrica y grabó desde 1845 su nombre en la historia del habano.

Para asegurar suministro en calidad y cantidad convenientes a su negocio, Don Jaime compró vegas en la archifamosa Vueltabajo, en el occidente de Cuba. Cuentan que tal emprendimiento afectó los intereses de un tendero tabaqueril de la zona que, para vengarse, comisionó a un moreno que se apostó en un vericueto del camino, esperó a Don Jaime y disparó su trabuco.

El empresario no murió por las balas, sino a causa de fracturas en sus costillas sufridas al caer del caballo espantado por los tiros. Soportó el traslado en parihuela hasta un embarcadero, la travesía en barco y luego el viaje en tren hasta su casa habanera, donde expiró.

Una historia donde el tabaco se mezcla con el crimen, amalgamados por los intereses. Un hombre que murió pero dejó a los fumadores de todo el mundo la excelencia de una marca de habanos bautizada con su apellido: Partagás.

Zona oscura

Crímenes no faltan en la historia del tabaco, como tampoco justicia. Conviven en ella -correligionarios en el disfrute del fumar- conspiradores, intrigantes, policías y bandidos, buenos y malos, héroes y antihéroes.

El tabaco tiene una especie de zona oscura que lo acerca a los misterios. El sabio cubano Fernando Ortiz escribió: “El tabaco es, sin duda, maligno; de esa familia peligrosa y prolífica de las solanáceas. Ya por el viejo mundo eurásico las solanáceas inspiraban terrores, torturas, visiones y fantasías. La mandrágora producía locuras, ensueños y afrodisíacos. La atropa dio nombre a una de las Parcas. La belladona daba pecaminosas y negrísimas profundidades de infierno a las pupilas de las hermosas. El beleño era el veneno narcótico de la literatura clásica. Las varias dativas proporcionaban alcaloides, que los indios de Asia, como también los de América, empleaban en ritos, magias y crímenes”.

Mundos de misterios, desde los rituales indígenas hasta las ceremonias de la religión afrocubana, donde el tabaco es clave para la comunicación con los orishas. Mundos oscuros para muchos, remotos y escalofriantes, pero apoyados en culturas milenarias, perfectamente armonizados con la naturaleza y muy coherentes en su sabiduría.
En estos casos, la percepción del tabaco en su otro rostro de misterio, mágico o aterrador, tiene más que ver con prejuicios que con realidades.

La realidad

Cuenta Fernando Ortiz que el tabaco llegó a las peores vilezas en Europa, donde en el siglo XVII fue general el temor de ser envenenado con polvos ponzoñosos mezclados con el rapé.

Según el cronista Fairholt, rapé perfumado era a veces el recipiente del veneno en los reinos y cortes de Europa. Se rumoraba que el rapé envenenado era usado en España para quitar del camino a oponentes políticos, y que igualmente lo empleaban los jesuitas para emponzoñar a los enemigos, de ahí que algunos le llamaran “rapé de los jesuitas”.

En 1851, el tabaco fue asesino. El conde de Bocarme fue ejecutado en Mons por envenenar a un cuñado valiéndose de la nicotina, expresamente extraída de la hoja.

Pero también ha estado el tabaco del lado de la justicia: más adelante, en pleno siglo XX, la policía logró detener a los autores de una tentativa de asesinato contra el sultán de Egipto porque uno de ellos, que fumaba cigarros de una mezcla especialmente rara, olvidó en la habitación del hotel algunos delatadores desechos de su placer.

Dupin, Holmes y compañía

En “El hombre del labio retorcido”, un caso ridículamente sencillo pero en el que Holmes no consigue avanzar, Watson deja a su maestro en la noche, a la luz mortecina de la lámpara, una vieja pipa entre los labios, ojos ausentes, desprendiendo volutas de humo azulado.

A la mañana siguiente lo halla en el mismo lugar e idéntica posición. Holmes ha resuelto el caso del periodista que se disfraza de mendigo para ganar más dinero a espaldas de su esposa. “Me gustaría saber cómo obtiene tales resultados”, dice Watson, y Holmes responde: “Este lo obtuve sentándome sobre cinco almohadas y consumiendo una onza de tabaco”.

Inseparable de su pipa, Holmes, cuando se dispone a uno de sus rounds reflexivos en el episodio del sabueso de los Baskerville, acude a su asistente y amigo: “¿Quiere pedir que me manden una libra de picadura de tabaco, del más fuerte que tengan?”.  Luego, al reencontrarlo Watson, su primera impresión ante la humareda es que la habitación se ha incendiado. Holmes afirma que viajó con el pensamiento mientras su cuerpo permanecía en la habitación y consumía dos grandes potes de café y una increíble cantidad de tabaco.

El antecesor literario de Holmes, Auguste Dupin, es enterado de la trama policial de la carta robada entre la oscuridad y el humo de su pipa, analiza el caso en igual atmósfera y entre bocanadas de humo anuncia la solución.

El Sueño eterno

Y qué decir de Hercule Poirot con sus polvos refinados, o Philip Marlowe, Sam Spade y los demás fumadores hiperkinéticos de Hammett y Chandler.

El novelista cubano Leonardo Padura explicaba en cierta ocasión que en su tetralogía sobre el capitán de policía Mario Conde, todo un compendio del saber tabaquero, concibió al protagonista como fumador de cigarrillos –demasiado ansioso y desgarrado-, mientras que a su jefe y amigo paternal, el mayor Rangel –más asentado y conservador-, lo convirtió en un experto en vitolas, siempre a la caza de buenos puros.

¿Cómo imaginar a una Mata Hari cuya estampa no esté rodeada del humo fatal y lánguido? ¿Es posible separar a un gángster del Hollywood en blanco y negro de su ametralladora y el tabaco? ¿Quién no recuerda al perverso y oscuro Orson Welles, cigarro en boca, en “Man in the shadow” y en otros filmes, o los duros aparentados por Robert Mitchum, apoyados en sus cigarros? ¿O a Edward G. Robinson, Mr. Cigar, aferrado a los puros en sus filmes policíacos?

El Padrino de Mario Puzo, que aparece escasas veces fumando, lo hace con un cigarro Di Nobili al analizar con su consiglieri una decisión que dispara la trama: su negativa a entrar en el negocio de la droga. En la realidad, era raro ver a un capo sin su correspondiente habano en mano o entre labios.

En diciembre de 1946, en uno de los más concurridos encuentros de la mafia, el Hotel Nacional de Cuba acogió a capos como Lucky Luciano, Frank Costello, Vito Genovese, Albert Anastasia y Meyer Lansky. En total, unos quinientos personajes, entre jefes y subjefes de familias, directores, guardaespaldas, asesores, invitados especiales y abogados. Frank Sinatra viajó a La Habana para cantar en honor a Luciano.

En las lujosas suites, además de exquisitas marinerías, flamenco, carey y tortuga, venado y hasta manatí, diluviaban los rones añejos, las cervezas Hatuey o Tropical y, por supuesto, los habanos Montecristo.

Habanos famosos

Contaba Zino Davidoff que la pequeña tienda de su padre en Kiev era frecuentada por “hombres algo extraños. Eran conspiradores y solían enviar mensajes secretos en el interior de los cigarros”.

Un día, el círculo fue descubierto y Davidoff y su familia debieron abandonar Rusia en un vagón de tren clandestino y establecerse en Ginebra.

“Allí abrió nuevamente el negocio. Otros exiliados venían a la tienda y muchos preparaban una revolución. Uno de ellos me impresionó: siempre llevaba cigarros pero nunca pagó, mi padre jamás le quiso cobrar. Su nombre era Vladimir Ulianov, Lenin”.

Como los conspiradores rusos, José Martí, muy vinculado con los tabaqueros emigrados cubanos en Cayo Hueso, empleó los habanos como correo. De hecho, la orden de levantamiento para la segunda gran guerra de independencia, en 1895, la envió a la Isla enrollada dentro de un puro.

Las conspiraciones de la CIA para matar a Fidel Castro con cigarros envenenados, un traje de buzo infectado, conchas de almeja explosiva o una rubia hermosa que a última hora desistió de asesinarlo fueron tan escandalosas que una orden ejecutiva de Gerald Ford prohibió a Estados Unidos involucrarse en magnicidios. Así, hubo también tabacos famosos en la lista de los intentos de eliminar al líder cubano.
 
Y hablando de Cuba, Estados Unidos y los habanos, en 1962, tras firmar la ley del Bloqueo a la Isla y antes de que entrara en vigencia, John F. Kennedy comisionó a uno de sus asesores para que comprara un millar de los mejores habanos.  

Pierre Salinger ha contado que Kennedy le llamó a su oficina y le dijo que necesitaba algunos cigarros. “El presidente fumaba cigarros cubanos. Cuántos necesita, le pregunté. Mil, me respondió.  Cuándo los necesita, le pregunté, y respondió: Mañana en la mañana. Es una tarea muy difícil, pero veré lo que puedo hacer, dije.

"Contacté a varios de mis proveedores. A la mañana siguiente llegué a mi oficina a las 8 AM y ya el Presidente me estaba llamando. ´Ven enseguida´, me dijo. Al llegar a la Oficina Oval me preguntó ´Cómo te fue´. Muy bien, señor Presidente. ´Cuántos conseguiste´. Mil doscientos. ´Fantástico´, dijo. Abrió la gaveta de su escritorio, sacó el decreto prohibiendo los productos cubanos en Estados Unidos y lo firmó”.

El propio Salinger viajó a Moscú en una encomienda de Kennedy en 1962. Al final de largas pláticas con Jruschov, según cuenta el asistente de JFK, el gobernante soviético le dijo: “Veo que le gustan los cigarros. A mí no. He recibido éstos desde Cuba y quiero dárselos a usted”.

"Era una hermosa caja de madera, con la bandera cubana en la tapa y “250 gloriosos habanos  en su interior. “Primero pensé ´no puedo llevarlos a los Estados Unidos. Es ilegal´. Luego pensé que estaba viajando con un pasaporte muy especial, en una misión especial del presidente de los Estados Unidos. ´Creo que puedo pasar por aduanas con eso´, me dije. Regresé a Washington, el presidente me mandó llamar a su oficina. Me preguntó cómo me había ido con Jruschov. ´Antes de pasar a nada, déjeme decirle que hice una verdadera matanza en Moscú, conseguí estos 250 cigarros´, le anuncié y le hablé de los habanos”.

Algo disgustado, Kennedy reprendió a Salinger. “¿Se da cuenta del escándalo que habría en este país si se enteran de esto?”. “Pero cómo se van a enterar. Sólo lo sabemos tres personas: usted, Jruschov y yo”, respondió Salinger. Kennedy no transigió: “Tiene que devolverlos. Tiene que llevarlos al jefe de aduanas y él tiene que escribirle una carta confirmando que los recibió, porque si no estaremos en problemas”.

Salinger se quedó con la caja, llevó los 250 cigarros a Aduana y al entregarlos preguntó al oficial qué haría con ellos. “Destruirlos”, le respondió. Algo compungido, el asistente de Kennedy dijo: “Sí, estoy seguro de eso, uno por uno”.

Treinta y cuatro años después, otro presidente, también joven e inteligente, firmó la ley anticubana Helms-Burton pero en 2000, en Ginebra, y en abril de 2001, en Londres de paso hacia la India y ya retirado, no perdió la oportunidad de comprar considerables partidas de habanos Cohíba.  Sin embargo, Bill Clinton también tuvo sobresaltos a causa de sus puros.

Tras reconocer sus relaciones íntimas con la interna Monica Lewinsky, uno de los episodios más comentados –y muy creativamente comentados por la prensa- fue el del cigarro que medió en uno de sus encuentros sexuales, específicamente uno a finales de marzo de 1996 en la Oficina Oval.

Se dijeron muchas cosas, e incluso hubo versiones de que un comentarista ultraconservador advirtió en la radio que si era un habano el cigarro de Clinton y Mónica, el presidente habría violado la ley que prohíbe el comercio con Cuba, aunque no se estableció la procedencia de aquel “puro del placer”.

Con el tiempo, el propio habano ha entrado en su historia y ha venido a ser víctima de la ilegalidad. Por ahí compran los incautos mediocres ligas sacadas de contrabando de Cuba como auténticos habanos, o, lo que es peor, puros de hojas no cosechadas en la Isla y que comerciantes desleales presentan como tabaco de la mismísima Vueltabajo.

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