José Antonio Portuondo Valdor: un hombre fabuloso
Es recordado con sus ojos claros y blanquísima cabellera, su vestir pulcro, guayabera blanca, y refinada manera de ser. Su palabra predilecta era fabuloso y le gustaba llamar a todos compañeros. Supo convertir las conversaciones en rica manera de decir. Ayudar fue la meta más alta que se trazó en su vida. La cumplió siempre desde el magisterio más ejemplar: el de la humildad.
El 10 de noviembre de 1911 nació José Antonio Portuondo Valdor, un santiaguero que intentaría cambiar la etapa histórica que le tocó vivir, y lo haría desde el modo más decoroso, a través de la oratoria, las letras y el arte en general.
Alrededor de su apellido paterno Portuondo, giran unas series de historias referentes al título de marquesado de las Delicias de Tempú que le confirió Fernando VII, entonces rey de España. Aunque años más tarde la propia corona retiró el Marquesado de los Portuondo por haber tenido ideas contra la colonia a favor de la independencia de Cuba.
Otro motivo para retirarle el marquesado fue que la familia Portuondo acogió al doctor Antomarchí, médico de Napoleón Bonaparte, que llegó a Cuba después de 1821, con la muerte de Napoleón. Por lo que representaba Napoleón al invadir España.
Esta historia nunca fue de interés para este santiaguero que comenzó sus estudios en la Escuela de las hijas de Don Antonio Vallejo y luego en el colegio Dolores.
En 1929, con 18 años de edad, viaja a la Capital con el interés de cursar estudios de Derecho en la Universidad de La Habana logrando graduarse en el año 1936 y cinco años después defiende su doctorado en Filosofía y Letras mediante la tesis Concepto de la poesía, la misma fue editada en el año 1945 como libro, y es considerada como pionera de los estudios científicos en teoría literaria en Cuba.
Durante esta etapa conoce a Berta, la joven audaz que le obsequió una foto de Martí y llevó en su billetera, hasta el último día de su vida; con quien se casó el 6 de abril de 1941.
Ella quedó cautivada por su versatilidad, ingenuidad y romanticismo y se convirtió en su esposa inseparable, a quien dedicó todos sus libros que vieron la luz, con una sencilla pero, profunda dedicatoria: A Berta, compañera.
Cuando leemos su obra nos hace pensar que estamos ante un filósofo de la vida, un crítico del arte, y todo lo que esto conlleva; nos hace pensar que estamos hablando de uno de los intelectuales más destacados del siglo XX.
Su activismo literario, cultural y social comenzó desde muy temprana edad. En los años del 30 al 34 fueron editados sus primeros poemas y artículos en La Salle y Diario de Cuba, ambas publicaciones santiagueras, y en Orto de Manzanillo.
Entre los años 1944 y 1946 residió en Ciudad México en virtud de una beca que recibió, donde realizó estudios de posgrado e investigaciones sobre Teoría Literaria.
Durante su estancia en ese país, colaboró, de igual manera con La Voz de México, periódico que seguía las ideas de los comunistas mexicanos; así como con otras prestigiosas publicaciones tales como El Hijo Pródigo. En 1946 edita en México su selección de Cuentos cubanos contemporáneos, obra que también prologó y anotó, además publicó otros libros como El contenido social de la literatura cubana.
El magisterio fue para Portuondo una faceta importante en su vida, tal vez su dimensión más conocida, y de la que no pudo apartarse jamás. Esta labor la desempeñó de tal manera, que aún las generaciones que ayudó a formar recuerdan al “profe” Portuondo y le agradecen sus innumerables enseñanzas y su manera tan peculiar de impartir clases, que los hacía transportar hasta lugares desconocidos.
La Universidad de Oriente, fue una institución que marcó un momento crucial en la vida de Portuondo, siendo profesor y posteriormente su rector.
La amistad para él no resultaba un gran problema, pues era un hombre con gran sentido del humor. En Santiago de Cuba tenía amigos, muchos de ellos alumnos con los que comenzó una amistad indisoluble, entre ellos se encontraban Leyla Vásquez, Miguel Ángel Botalín Pampín o José Soler Puig.
En el año 1960 fue designado Embajador de Cuba en México por el Gobierno revolucionario, cargo que ocupó hasta 1962. Allí desarrolló una importante labor como promotor y contribuidor del enriquecimiento a las relaciones culturales entre Cuba y México.
Fue designado en 1971 Embajador de Cuba en el Vaticano, cargo que desempeñó hasta 1982. Durante los 7 años de ejercicio pudo presenciar el pontificado de tres Papas, Pablo VI (1963- 1978), Juan Pablo I (1978) y Juan Pablo II (1978 – 2005), siendo esta una experiencia única en un embajador cubano.
En el III Congreso de la UNEAC celebrado en 1982 fue elegido Primer Vicepresidente de la organización, responsabilidad que mantuvo hasta 1988. Fue en distintas ocasiones miembro del jurado de importantes concursos literarios nacionales, como los convocados por la propia UNEAC, así como por otras Instituciones del país y en concursos internacionales como el Premio Casa de las Américas.
Recibió numerosas condecoraciones, entre ellas, la Orden de la Cultura Polaca en 1974; así como la Orden Carlos J. Finlay en 1981, la Orden Félix Varela de Primer Grado en 1981, Orden Félix Elmuza en el 1983 y múltiples medallas. Además, recibió la Distinción Gaspar M. de Jovellanos en 1993 de la Federación de Sociedades Asturianas de Cuba y los títulos de Profesor Honorario de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, República Dominicana y de Socio de Mérito de la Sociedad Económica de Amigos del País, ambas en 1994. Fue miembro de la Comisión Nacional Cubana de la UNESCO y miembro de la Sociedad Cubano Mexicana de Relaciones Culturales, en la que ocupó la presidencia.
Sus artículos y ensayos han sido traducidos a los idiomas franceses, inglés, ruso, chino, alemán, eslovaco y rumano, entre otros.




