Gil García: pueblitos llenos de amor
Parado, allí, en Barco de Ávila, una pequeña localidad de España a 200 km de Madrid. Pronto a iniciar una nueva aventura. Visitar el pueblito donde nació mi padre, justificado viaje, uno de los motivos de estar en España, conocer este lugar, todas las incógnitas pasaban por mi mente, sin pedir turno ni sacar número, era una avalancha de ideas, se sucedían como una cámara ligera. El sol caía a plomo sobre los cristianos y no tanto, al lado, mi pertrecha valija, única compañera de aventuras.
Miraba a mi alrededor, me preguntaba: ¿Era esa la terminal de ómnibus? Sí. Fue mi propia respuesta. Muy pequeña, un grupo de locales contaban pequeñeces sin ton ni son. Pareciera que era una charla preparada para darse corte. Toda gente mayor, todas haciendo portación de caras, esas caras clásicas de pueblo, gente de mucho trabajo, ellas eran un compendio de vida y sus manos, sus manos sí que no podían ocultar el tiempo y sus historias de sacrificio, allí estaba su ADN. Sentía que era observado, sin dudas mi valija me delataba y mi vestimenta quizás también o mi cabeza rasurada. Pero sobre todo, que parecía una estatua, nadie me iba a buscar. ¿Qué hacía yo allí? Era la gran incógnita. Lo que no se dieron cuenta, es que con mi aspecto de distraído, era yo el que los observaba y escuchaba a ellos. Pasó el tiempo…se hacía interminable.
Ellos, cansados de esperar que pase algo, se silenciaron. Quizás esperaban mi pregunta. Aproveché esa pausa. Apunté a uno de ellos, el que sabía todo lo que pasaba en el pueblo y alrededores, hablaba muy fuerte y parecía por su uniforme el dueño de la Terminal. Hacia él salió la bala. “Discúlpeme Sr. ¿Dónde puedo conseguir un taxi?”. Saltó de una pared baja donde estaba sentado y sigilosamente se puso a mi lado, sin bajar su tono de voz sino que lo aumentó, era un volumen como para que sus parientes y los míos se enteraran.
Me preguntó. ¿A dónde va? Al Hotel “Real de Barco” respondí. Y para que quiere un taxi, vaya caminando, es muy cerca, fue su respuesta. Dirigí mi vista hacia dónde apuntaba su dedo y divise el Cartel. Me pareció lejos y en subida. No, quiero un taxi. Dije caprichoso. Para no parecerlo, agregué. Lo que ocurre que luego tengo que ir a Gil García. Reforcé así mi explicación: Es el pueblito donde nació mi padre, quiero conocerlo y buscar algún pariente, si los hay, tengo entendido que la única manera de llegar es en taxi.
En ese momento los 10 o 12 que estaban sentados en la misma pared, saltaron, se pusieron a mi lado y todos juntos hablaban y preguntaban. Hasta que el de la voz cantante dijo. Esta chica que viene aquí, ¿Le pregunte, a su vez? ¿Esta que viene ahí? Señalándola. No, no. La que maneja el micro. Refiriéndose a otra. Se nos acercó una joven muy alegre y verborragica. Me preguntó. ¿El apellido de su padre? Bernabé Solis, le respondí. Hummm, no conozco a nadie con ese apellido. Poco le importó que yo fuera de su pueblo, demostrando poco interés, giró y continúo con su tarea. Mientras… yo seguía haciendo una pequeña reseña de la histórica llegada de mi padre a la Argentina y ante sus preguntas me daba cuenta de la poca información que tenía.
Me sentía culpable de no haberme interesado un poco más de su salida de España, de mis parientes, que seguramente los hay, cómo fue su viaje, de cuanto extrañaba a su querida España, solamente me remuerde mi conciencia de que nunca pudo volver a su terruño, es por eso que yo tome la posta y me comprometí a hacerlo por él. Nuevamente participó el de la voz cantante. Sacándome de mis pensamientos. No tome taxi, me dijo. Que lo lleve el hermano de ella, ahora viene con otro micro, como si impusiera una orden. Como al pasar, aclaró. ¡Es el intendente de Gil García!
Me instalé en el Hotel donde tenía hecha la reserva, lindas instalaciones, estaba recién remodelado, me contacté con un taxi, recién me podía llevar hacia mi destino a las 14.30. Almorcé opíparamente, para ello tuve que esperar un buen rato, el comedor abre a las 13.30, tarde para mis costumbres. Un poco de vino que estaba incluido y mientras me entretenía en esos menesteres, me llamaron, me avisaban que estaba esperándome el taxi.
A partir de ese momento, me puse en sintonía y mi corazón empezó a latir locamente. ¿Qué me esperaba? Me preguntaba constantemente. ¿Qué encontraría al conocer el pueblito donde nació mi padre? ¿Encontraría su casa, estaría muy deteriorada? ¿Algún pariente, primo o descendiente de la familia? ¿Cómo me recibirían? ¿Me aceptarían? Muchas preguntas. Pocas respuestas. Cargaba solamente la mochila y en ella muy pocas cosas. Los papeles con los pocos antecedentes que había podido recolectar de mi familia española. Solamente algunos nombres. Visitaría el que a partir de este momento sería mi pueblo. Al hacerme ciudadano español. Mi lugar de referencia es el pueblo de mi padre. Todo esto recorría no solamente mi cerebro sino todo mi cuerpo.
Ya estábamos en camino. Mi chofer, José Antonio Martin Colorado, a partir de ahora José a secas y también, mi amigo, relación que establecimos cuando nos reunimos en su Asador “M y M San Lorenzo”, de la vecina localidad de San Lorenzo de Tormes, distante a solo 10 km de Barco de Ávila. Allí me invitó a cenar y estrechamos nuestra amistad, también entendí por qué los argentinos nos hacemos tan rápido de amigotes, es la sangre que corre por nuestras venas.
En la próxima curva está la entrada. Debemos salir de la principal y tomar un camino lateral, me dijo mi ocasional chofer. Allí está el cartel de entrada. Mi corazón se volvía a acelerar. Nos detuvimos y José me sacó unas cuantas fotos, de todos los ángulos, mi apuro por llegar, mi ansiedad incontenible hizo que le pidiera que retomáramos el camino, comenzó la subida, rodeada de una frondosa arboleda, José me acribillaba a preguntas y hablaba sin cesar haciendo de guía de turismo, hubiese querido aprovechar ese momento en silencio.
Sentado en la punta del asiento y tratando de retratar con mis ojos ese paisaje, mi ilusión era que esa imagen que guardaban mis retinas no se perdiera jamás. Los 1.200 metros de altura que tuvimos que subir para llegar, se me hicieron eternos, no sé porque estaba tan ansioso ¿Qué esperaba encontrar? Muchas eran mis incógnitas. Y este entorno me sorprendía gratamente. Esta es la última curva y la última subida, fue su respuesta a mi pregunta casi infantil. ¿Falta mucho? Con un pequeño quejido el vehículo encaró la última subida. Esta es la parte principal del pueblo, me dijo ¿Me pregunté? Y pensé, casi sin quererlo. Si esta es la principal cómo será lo accesorio.
Mi emoción tocó su fin. Esto es un hecho, estoy pisando Gil García. Este es uno de los momentos más esperado de mi vida. Tengo que vivirlo a pleno. Nos recibió una encrucijada de calles. Subidas, bajadas, la construcción muy variable y de todos los estilos, moderna, antigua con grandes piedras apiladas una sobre otra, con los techos caídos, el tiempo con su paso había dejado sus huellas. Confieso, ese estilo rústico me apasiona, las calles estaban asfaltadas, tendidos de cables que denuncian la presencia de electricidad, sinónimo de progreso. Ya tenía mi primer pantallazo. José descendió y me invito a mí a hacer lo mismo, comenzamos con la primera subida, luego de semejante almuerzo y al rayo de sol de la primavera española, lo fui haciendo con dificultad.
Mi guía se percató de ello y me esperaba y me decía. Vamos Raúl, así te ayudo a averiguar de tus parientes y te dejo organizado para que yo me pueda volver tranquilo, su función de taxista se había excedido y fue mucho más que eso, le estaré siempre agradecido. El primer vecino nos dijo que no conoció a ninguno de los apellidos que le íbamos cantando, pero que fuéramos a ver a fulano de tal que era uno de los más viejos, allí fuimos, bajar y volver a subir, a nuestro llamado una voz masculina, de edad por su tono y ronqueo, nos gritó. Estoy descansando, no recuerdo a nadie con esos apellidos, vayan a ver a fulano de tal que quizás recuerde algo. Las noticias recorrieron rápido el pueblo, Recién llegábamos y ya todos sabían, quien era y a que iba. Era comprensible, el mundo de la telefonía celular también estaba presente.
Me llamó la atención la cara de contrariado de José, yo no hice ningún comentario. Me miró y dijo. Qué raro. Tampoco pregunté nada y si es que quería alguna respuesta en especial de mí, no se la di. Vamos a ver a una parienta mía que vive aquí. Unas vueltas, bajadas y subidas, a nuestro llamado apareció la figura de una mujer con una sonrisa muy agradable, nos invito a pasar, rápidamente le pintamos un panorama de mi situación, saqué de mi mochila los pocos papeles que llevaba y los apellidos que tenía se sucedían uno tras otro. Los “no” ganaron rápidamente sobre los pocos “si”. Latas de gaseosa heladas y bombones de primera marca fue su invitación. Todos eran símbolos de modernidad, no me dejó de sorprender. Trataba de concentrarme en la búsqueda de mis parientes y pese a todo me llamaba la atención su forma de vida.
Uno de los apellidos llamó la atención. Por fin. Alerta roja. Se iluminó mi cara y la ilusión renacía. La que debe saber es fulana, pero está viviendo en Madrid, un llamado telefónico y a 200 km se estaba hablando de Bernabé, es que su padre a su vez era uno de los más viejos de Gil García. Lamentablemente fue negativa su respuesta. Estaba al tanto del tema. Es que unos españoles colegas que conocí en Brasil, se habían estado ocupando del tema y ya le habían consultado. Pero, ese nuevo apellido llamó la atención, es posible que fulana de tal, ¿te acuerdas? La maestra que hoy esta jubilada tenía una pariente con ese apellido. Renacían las esperanzas, mi cara se volvía a iluminar y comenzábamos nuevamente a desandar el camino de las preguntas y respuestas.
José tomó su teléfono y la llamó, fue una larga charla, pero no veía en su cara el reflejo de buenas noticias. Por fin colgó, nos espera esta noche cuando vuelvas a Barco de Ávila para hablar personalmente. Mi nuevo amigo me dejó con su pariente, se disculpó, debía volver a su trabajo. Ella renovó la invitación de seguir tomando cosas. Me preguntó. Si quería esperar un rato a que todos los mayores que podíamos consultar se levantaran del ritual de la siesta.
Aproveché el momento y les pedí permiso para hacerles algunas preguntas, me interesaba saber cómo se vive en ese pequeño pueblo de montaña. Hoy. Siglo veintiuno. Por supuesto la respuesta fue sí. El duendecito del periodismo aprovechó para que me olvide de todo y empezará a preguntarles rápidamente. Tampoco quería ser cansador, sobre todo que su esposo de vez en cuando cabeceaba y yo pensaba, sino me apuro se me duerme.
Este pequeño pueblo, Gil García, a 1.200 mts. de altura, con una geografía muy particular de bajadas y subidas, de temperatura agradable en verano, por su aire fresco de montaña. Mucho frio en invierno, con importantes nevadas algunos años, lo hacen muy especial. Se fueron cambiando las estructuras de algunas casas dándole un aspecto moderno, a nosotros, los turistas que solo estamos allí poco tiempo nos gusta el estilo antiguo, pero los que viven en él todos los días desean tener la mayor comodidad posible.
Haciendo un censo rápido que puede contener algunos errores de este maravilloso pueblo de Gil García, dio los siguientes resultados: Viven 38 personas, 5 familias estables y en la época de verano pueden llegar a 100 personas, es el único momento que se ven niños. En el pueblo no los hay, por lo tanto no hay escuela. Si no se logra que vivan matrimonios jóvenes y estables, que tengan muchos niños, pronto se perderá el pueblo porque no hay gente que lo quiera desde su nacimiento. No tiene negocios, ni almacén, ni panadería, ni nada, Antes había un bar. Ya no está. Me cuentan los hombres con nostalgia. Tomábamos algo y jugábamos, se nos pasaba el tiempo.
Mi pregunta fue cómo se manejaban con la compra de comestibles y lo necesario para vivir. Tienen proveedores que suben todos los días en sus camiones y les llevaban lo necesario, las heladeras y los frezzers hacen el resto. También un panadero para tener pan fresco. Se levantan muy temprano, van cuidar el ganado que tienen en distintos campos. Lo podían hacer en auto, a pié o a caballo, todo ello dependía del estado del tiempo, este es su medio de vida. Tienen agua corriente y fresca que bajaba de la montaña. La electricidad le da todas las comodidades, la cocina es eléctrica y la televisión los mantenía al tanto de los ruidos del mundo. Sus hijos vivían en Barco de Ávila con sus nietos y la costumbre era una reunión los domingos con toda la familia. Sus comidas eran pescado y muchas comidas de olla. Sabrosas. Me recuerdan a los de mi casa paterna, ese olor a familia, ese olor a puchero y guisos inconfundibles porque sus olores olían a amor.
Como la espera se hacía larga me despedí de ellos para que descansaran y me dediqué a recorrer el pueblo, mi deseo era estar solo y disfrutar del lugar, un lugar tan esperado y que quería vivirlo a pleno, llegó el momento de hacerlo solo y solamente rodearse de los recuerdos. Para ello nada mejor que hacerlo abrazado de mis seres queridos. Con la dificultad de las subidas, inicié el trayecto hacia la iglesia. Estaba allí arriba ¿Y el Cura? Pregunté por él, era uno de los que podía tener buena información, estaba allí una sola vez a la semana.
La Intendencia que estaba al lado de la iglesia también así lo hacía. Mis dos importantes medios de información no atendían el día de mi visita. Cabizbajo me replanteaba mi objetivo, mientras agarraba fuertemente mi mochila, debo reconocer un poco desilusionado. Me parecía imposible que nadie conociera a mi familia y un poco triste también, no lo niego, caminaba inclinado, mi rumbo era hacia arriba, mis pasos eran lentos, me detenía y fotografiaba. Cuantas casas muy, muy antiguas. Mi pregunta era: ¿En cuál había vivido mi padre? Sin respuestas. Pase un puentecito y el agua bajaba en cascada de la montaña con su ruido tan particular. Me faltaba un repecho y llegaría a la pequeña cima, el punto que quería alcanzar. Respiré, llené mis pulmones de ese aire puro de montaña y encaré el último tramo. Allí estaba la iglesia y la intendencia. Un pequeño edificio y en su sombra me senté.
Traté de descansar y ordenar mis ideas. Solo y solamente solo, sentía en mi cara la suave brisa de la montaña, solamente el sonido del silencio, las hojas parecían cantarme una dulce melodía al rozarse entre sí y a lo lejos la dulce canción del agua saltarina que bajaba de la montaña, limpia, cristalina, fresca que traía los sonidos de quien sabe que otros lugares. Muy metido para mis adentros, miré al cielo y tras la nubes buscaba la silueta de mi padre, de a poco se juntaron con otros tantos seres queridos, también amigos que realizaban correrías entre nube y nube, entrecerré los ojos y dejé volar mi imaginación, un coro de voces queridas me repetían al unísono. ¡Misión cumplida Raúl! ¡Ya está, para que más! Estas pisando el suelo que vio nacer a tu padre, para que querés encontrar parientes o respuestas a preguntas que siempre te hiciste. Lo lograste. Lo demás déjalo correr con tus fantasías. Repentinamente abrí los ojos y entendí que el mensaje había sido recibido. Estaba allí disfrutando de este maravilloso pueblito de montaña para qué más, en qué me cambiaria, saber algo más del pasado. Ya está. Adóptalo como tu pueblo y guarda esta imagen maravillosa que nunca más podrás olvidarte.
Así me lo dije para mis adentros. Me incorporé, y comencé el descenso, un nuevo impulso, renovados bríos, mi corazón se llenó de alegría. Tomé mi cámara de fotos y decidí guardar en ella las cosas que luego me costaría recordar. Subí y baje por todas las calles que se me abrían a mi paso y este lugar cada vez me gustaba más, en cada esquina una canilla me permitía tomar agua helada que bajaba de la montaña, era una tarde cualquiera de la muy calurosa España. En cada una de ellas establecía un brindis con mis recuerdos.
Sentado en el lugar dónde empecé esta recorrida, que era el famoso centro del pueblo, me recuperaba de mi cansancio, pero antes, al recorrerlo, me encontré con los notables del lugar, los más antiguos y todos me dijeron que no tenían ningún recuerdo de mi familia. Les dije. Ya no es necesario, no me empaña nada la alegría de estar aquí. Para mí lo más importante es haber disfrutado esta tarde y me volvía pleno a mi país.
Mientras repasaba todo esto, fijé mi vista en esa esa subida tan importante que tenía a mis pies. Divisé una figura en la parte más baja, de a poco se fue aclarando, empujaba una carretilla cargada de cosas, su paso firme, rápidamente lo fue acercando. Se paró a mi lado y me preguntó si sabía algo de mis parientes, le contesté que no. Mientras lo miraba embelesado. A su vez le dije si podía hacerle una Pregunta. Me contestó, por supuesto. ¿De dónde viene? De la quinta fue su respuesta. Le pregunté si esto lo hacia todos los días. Sí. En general tres veces por día. Mientras miraba rápidamente sus manos, gastadas por el trabajo y su pala y su asada, brillantes por su uso diario, me recordaba a mi padre. ¿Cuántos años tiene? Ochenta y siete, me respondió. Lo miré asombrado y mis ojos se ponían brillantes. Le pedí permiso. Me permite sacarle una foto, quiero que los jóvenes de mi país sepan que significa cuando se habla de sacrificio.
El taxi demoraba el regreso. No venía. Allí sentado no dejaba de pensar y recordar, también en mi padre que dejó aquel pueblo hermoso para ir a tentar suerte a la Argentina, él era muy pequeño, le habrán consultado si quería ir, ¿habrá ido presionado? le habrán preguntado, ¿te gusta más la argentina o querés volverte? Era otra época, los más pequeños no tenían opinión. Él era el más chico de los 7 hermanos Solis. Cavilaba sobre esta y otras preguntas y todos los habitantes en su totalidad, paso por mi puesto de mando, con comentarios y negativas. No importa, ya había adoptado al pueblo como el mío. Ya no era importante para mí encontrar un pariente. Reflexionaba y esperaba. Mientras tanto la noche como siempre se apoderaba de las luces y sus sombras cada vez se hacían más intensas. Poco importaba todo, yo estaba en una situación emotiva especial.
El taxi se acercaba. Me acomodé en el asiento y empezamos a desandar el camino, la bajada se hacía pronunciada, no me di vuelta, no me despedí, uno no se despide de lo suyo. Solamente le dice: “Hasta la vuelta Gil García”.
Autor:
Raúl Solis
Mail: solsolo69@hotmail.com
Ganador: 1er. Premio” Perla del Pacifico”
Ecuador 2010
1er Premio Perú: “País de las Mil Maravillas”
Trujillo. Perú 2011
Socio Fundador de la Asociación Internacional de Periodistas y Escritores Latinos de Turismo




