España, Torremolinos: un encuentro inesperado
Largas horas de vuelo y esperas. Largas horas de un proyecto abortado cientos de veces, interminables vigilias para que este sueño se hiciera realidad. Un día de aeropuertos, aviones, controles, equipajes. Largos años de soñar con este viaje, posponerlo, juntar dinero, posponerlo, seguir juntando. Hacerme ciudadano español, tarea no sencilla. Pero ya estaba volando sobre el cielo de la Península Ibérica, gaitas y castañuelas me sonaban por doquier. Desde hacía un largo rato mi inquietud no cabía dentro de mi cuerpo. Sentado en el avión, pensaba cómo sería mi estancia en mi segundo país. España.
La voz del comandante me puso en caja y nos alertaba de la cercanía del aeropuerto de Barajas. Ay, España. Por fin estabas a mis pies. Su voz, muy grave. Muy de Capitán. Inspiró respeto. Los pasajeros seguimos con atención su discurso y aceptamos la bienvenida, los buenos augurios y los 34 grados que nos esperaban en Madrid. El descenso ya era inminente. No pasó mucho tiempo y ya las ruedas sacudían el fuselaje de nuestro avión. Un primer contacto corto con la tierra tan esperada y ya estábamos carreteando y disminuyendo la velocidad.
Colgué mi mochila. Emprendí mi lento camino por el pasillo del avión. Un sol radiante explotaba sobre el cielo Madrileño. Me asome a una de las ventanillas para mirar al exterior. Mi sorpresa no tuvo límites, divisé una figura en la pista, inconfundible, muy conocida para mí, toda ella envuelta en un brillo excepcional, tenía el sol detrás y parecía irradiar rayos, lo que me dificultaba un poco la visión. Pero no hay dudas: era la figura de mi padre. Quizás alguien muy parecido, me dije, solo y en voz alta. Me repetía que no podía ser, pero mi ansiedad no cedía.
La fila avanzaba lentamente, no me animaba a volver a espiar por la ventanilla, el Capitán y su tripulación nos daban su adiós. Mi emoción se agigantaba. Estaba parado en lo alto de la escalera del avión y mi contacto con el suelo español era en minutos. No pude resistirme y volví mi mirada allí dónde estaba la figura de mi padre. No había dudas, era él, estaba allí. En su cara una amplia sonrisa, levantaba su mano en forma de saludo. Inicié el descenso, mis piernas temblorosas, inseguras, me embargaba una gran emoción, mi corazón estaba muy acelerado, esto hacía que apenas tocara los escalones, parecía que flotaba. Apoyé primero mi pie derecho y luego el izquierdo. Tal como lo hizo Colón. Dije en voz alta: ¡Tierra!
Sin perder tiempo y sin hacer demasiadas preguntas, me dirigí hacia esa figura emblemática, me estaba esperando. La cercanía disipó todas mis dudas. Era él. Un poco más delgado, hasta me pareció más joven, su calvicie, su sonrisa brillante con su inconfundible diente de oro. Sí. Era él. El español Bernabé. Mi Padre. Precisamente es lo único que atiné a balbucear. ¡Padre¡ A su vez escuché en mi oído. ¡Hijo!
Nos confundimos en un interminable abrazo. Comenzamos a caminar, lentamente y por algunos pasos más seguimos abrazados. No muchos. Lo hicimos en silencio, nos dirigimos al micro que nos llevaría a la Terminal de Barajas. Sentados en él, de reojo lo miraba, estaba tal cual, mi intención fue de acariciarlo, pero igual que siempre no me animé, mi remordimiento no pudo vencer mi pudor, porque tantas veces me reproché que lo tenía que haber hecho más seguido. Mi generación no está acostumbrada a expresar su amor por los seres queridos. Pocos besos, pocos abrazos. Ningún: ¡Te Quiero!
Ingresábamos al edificio para realizar los trámites aduaneros. Mi padre me dijo, hacé todo tranquilo que yo te espero afuera. Me dirigí siguiendo las indicaciones, detrás del clásico pelotón de ansiosos turistas, intentando terminar rápidamente y airosos con los engorrosos trámites, todos envueltos en temores, no sé por qué, como “pequeños delincuentes”, cuchicheábamos entre sí, haciéndonos los entendidos y repasábamos el trámite que debíamos enfrentar. Conocemos lo exigente que es España con el ingreso al país. Esto duplicaba los temores. Llegué a las ventanillas, dos, en una no había nadie, decía: “Españoles”. Desenfundé con orgullo mi pasaporte español, nuevo, impecable, y llevaba debajo de mi brazo una carpeta, por si acaso, con reserva de hoteles, boleto de vuelta a mi país etc. etc.
El funcionario tomó mi pasaporte, lo ojeó, se dio cuenta que debutaba, levantó su vista y juraría que me sonrió. ¡Adelante!. España es toda suya. Me dijo. Se me hinchó el pecho. La primera vez que me reconocían como español. Por lo bajo gritaba. Bien Carajo. Bien Carajo. Mi sonrisa se convertía en risa. Sellaba así una gran bienvenida.
Me reencontré en el amplio hall de entrada con mi padre y comenzamos una alegre charla. Me dijo, estoy enterado de tus planes. Vamos para Málaga, allí a Torremolinos y allí la Euroal. Un Fam Trip luego de terminada ésta, por Granada y la Costa del Sol, te va a encantar; es hermosa toda esa zona. Tus planes para después son muy ambiciosos, sé que lo tenés todo decidido. Unos días en puerto Banus, Marbella, Barcelona, Ibiza, Madrid, Barco de Ávila y Gil García, ese es mi pueblo, donde nací, me dijo y sus ojos se pusieron brillantes. Te va encantar, es un pueblito que va a llenar tu espíritu gratamente.
Por cierto, sé que es uno de tus grandes proyectos en este viaje, cumplir con mis ansias de que lo conozcas. Pero bueno, pongamos atención, tu deseo de llegar a Atocha en el metro, no es tarea fácil. Debemos hacer unas combinaciones y trasbordos para llegar allí. Comencemos a caminar, así lo hicimos. Estábamos rodeados de gente apresurada, arrastrando sus valijas y fue caminar, caminar, preguntaba a todos y los mensajes eran iguales. Siga hasta el final y ahí está la terminal.
Lo hacíamos como dice la canción de María Helena Walsh, la de la “Tortuga Manuelita”. “Un ratito caminado y otro ratito de a pie”. Interminable. Mi padre iba a mi lado, me pareció muy ágil y me extrañó su manera de caminar, casi en el aire, muy jovial y a mí que me agotaba esta caminata. Pensé, la causa es mi valija, volví a hacer la misma promesa que me hago en todos los viajes, en el próximo… traigo menos cosas. Por fin. Llegamos, sacar boletos, allí mi padre me dijo: sacate para vos solo, yo puedo pasar. Pensé, será por su edad que no le cobran. Allí comenzó una especie de tortura para un viajero recién llegado. Cambio de trenes, subidas, bajadas, cargar valijas; por suerte no están tan llenos de gente.
Una vez arriba, en el vagón, la valija no era molestia, era respetado, éramos mayoría, los viajeros con valijas muy ansiosos por llegar a su destino. Por fin Atocha. Qué hermosa, realmente me deslumbró, todo muy ordenado y sobre todas las cosas muy limpio, la gente muy atenta ante las consultas, el patio de Comidas, exótico con esas maravillosas plantas, su arquitectura, una verdadera maravilla; eso sí, la tortura de bajar y subir escaleras no te abandona.
Ya estaba sentado en el tren rápido que me dejaría en Málaga, las valijas en un compartimento especial en la punta de los vagones, televisor, auriculares, música, una pinturita. Se puso en marcha. Vino mi padre y se sentó a mi lado, conversábamos sobre la tecnología que tiene hoy España y la seguridad de su transporte, no hay paradas intermedias y su velocidad no es notable, solamente por la rapidez en que cambian sus paisajes. Sin darnos cuenta nos anunciaban la llegada a Málaga. Allí un stand de Euroal. Las azafatas me encontraron rápidamente en su lista y dispusieron un auto para que me llevara hasta el hotel, en Torremolinos, unos 30 minutos. Hacé tus cosas tranquilos, nos encontramos allí, sentenció mi padre.
El Lobby del Hotel era una extensión de la Sede de “Visión” (Asociación Internacional de Periodistas y Escritores Latinos de Turismo). Besos, abrazos, recuerdos, alegría de reencuentro con colegas. El susurro era un poco más que elevado, conocimos a colegas nuevos y así Euroal estaba también a pleno, planificamos reencontrarnos luego de acomodarnos en nuestras habitaciones y hacia allí fui. Cuando llegué a ella tenía un amplio ventanal y un pequeño balcón, allí encontré sentado a mi padre. Rápidamente intente cumplir con mi manía de vaciar las valijas y acomodar mi ropa. Al día siguiente comenzaba Euroal, debería tener todo preparado.
Muy cómodamente sentados charlábamos, en el balconcito de mi habitación, mientras yo disfrutaba un “Whisky on the rock”, una de mis tantas debilidades, el atardecer nos atrapaba pese a que eran más de las 21 hs. y poco a poco nos dejamos sorprender por las sombras. Esperaba su pregunta y me dijo. ¿Qué te parece España con esta primera impresión?
La verdad, pese a mi información que no es poca, mi mayor asombro es tanto cambio, me gustaría que fuera más tradicional, no imaginé tanta cantidad de turistas, tantos colores de piel, vestimentas, culturas tan distintas, tanto grito al hablar y tantos lenguajes diferentes. Me sorprendió el poco cuidado de su lenguaje de origen, el español. Quise visitar solamente a España en este viaje, quería únicamente escuchar mi idioma, como si fuera una música, el español. Siempre que abordé a alguien en un restaurante o en la calle, en los negocios, en el hotel, para preguntar, me iniciaron la charla en inglés. Tendré cara de inglés. Qué decepción. Mi ilusión era parecerme a un español.
Luego de la brillante inauguración de Euroal y a cuentas de la invitación de mi padre nos fuimos a conocer el centro de Torremolinos. Caminábamos sobre su peatonal. No podía salir de mi asombro de tantas callecitas perpendiculares, todas ellas como pequeños afluentes de un gran río. Repletas de barcitos, restaurantes, lugares de encuentro, para comer, brindar, pasar momentos agradables con amigos; entiendo por qué los argentinos somos tan amigueros y todos nuestros festejos y reuniones solamente se realizan si hay comida de por medio.
Esa noche fue el cóctel de bienvenida de Euroal, en un Chiringuito de la Playa, vinos, sangrías, vinos de verano y la cañita, acompañados de “pescaítos” y la clásica sardina a las leñas. Espeto de Sardinas, una manera muy particular de hacerlas. En una barca, muy similar a las que se usan para navegar, se arma un fuego con leños y se clavan cañitas con sardinas ensartadas en ella, para que se cocinen a su calor. Su técnica es muy similar a nuestros asadores, costillares de carne, lechones, chivitos, corderos enteros, también en nuestro caso se les llama a la cruz, a la estaca. Lo que varía es su técnica, usamos el viento a la inversa, nosotros lo usamos detrás de las llamas, para que este pase sobre el fuego y lo arrastre caliente para que cocine las carnes con un calor suave. Aquí se ponen los espetos detrás del fuego y el viento. Se sirven sin cubiertos y la habilidad es comerlas con las manos, mordisqueando su carne de la cola a su cabeza y que solamente queden las espinas uniendo nuestras manos.
Pero, qué desilusión. Estaba yo muy entusiasmado echándole el limón con que las acompañaban, tal cual es nuestra costumbre, cuando se apareció mi padre. Mucho me extrañó que mis colegas no me preguntaran por él. Pero lo más importante fue lo que me dijo. Hijo, el limón no es para echarle al pescado; es más, no es bien visto por los lugareños, porque le quita el mejor sabor al pescado. Ahhh sí. Fue mi respuesta, como descreído y un poco insolente le pregunté: ¿Y para qué usan el limón los españoles? Para limpiarse las manos, fue su respuesta. No puedo dejar de reconocer mi gran desilusión. Me pregunté: ¿No será una broma de mi padre? Pero él no es de hacer bromas.
Al día siguiente, en una mañana muy soleada, salimos hacia el centro de Málaga, lo hicimos en tren. Vagones muy cómodos y muy limpios, un viaje rápido. Comenzamos a caminar por la peatonal, nuevamente se sucedían las callecitas, las que me resultaban tan atractivas; en cada una de ellas me paraba y las observaba atentamente. A cada instante me detenía, algunos edificios hablaban por sí solos, con su estampa, marcaban su historia, los bares y chiringuitos repletos, la hora era cercana al mediodía, me quería sentar como ellos a disfrutar una cañita y probar el jamón ibérico. Hasta el momento no lo había podido hacer.
Busqué, busqué hasta que encontré un bar como nuestras clásicas cervecerías, rústico, con barriles como mesas, y allí fui. Como quería asegurarme del pedido, me acerqué a la barra y encaré a la encantadora niña que estaba detrás del mostrador. Le pedí un sándwich de jamón serrano o ibérico, con tomate en rodajas y manteca. ¿Con manteca? Su cara de asco me asustó un poco y se lo volví a aclarar. Sí, con manteca. A su vez le expliqué: en mi país, Argentina, acostumbramos a comerlo así y es muy rico, deberías probarlo. Su cara de asco apareció nuevamente, es evidente que no lo podía disimular.
Por fin llegó el momento. La “chapata” (un pan similar a una figaza o fugazza) repleta de jamón, tomate y la manteca, por supuesto. Allí estaba plantada frente a mí, por sus orillas sobresalían trozos de jamón que me desafiaban y hasta parecían sonreírme. Llegó el momento tan esperado, agarré la chapata con las dos manos y clavé mis dientes con toda mi furia. Poco a poco sus sabores se distribuían por toda mi boca y mi paladar se deleitaba, eso era jamón de mi querida nueva patria y olé. Qué diferencia, el jamón es un manjar, suave, no es salado como el nuestro, y la manteca no es necesaria, porque el jamón en si es una manteca. Aunque debo de reconocer que quedé acomplejado con esa cara tan bonita que me la arrugara con tanto asco. Disfrutaba mi segunda “Chapata” y seguía pensando en la manteca. Tanto me impactó esa niña que dejé de pedirla en mis sándwiches. Quizás manteca le dirán a otra cosa, pensé. Mejor me abstengo.
Pero, si hay algo que me obligó a sacarme el sombrero fue la cañita. Qué bebida maravillosa, cerveza por supuesto, mi asombro fue su temperatura, siempre helada. Su tamaño, es justo para que no se caliente. Lo único que se te calienta es el pico. La bebida de los tres “Tuk”. Así la bauticé. ¿Que significa?: Cada “tuk” simboliza un trago. Tres “Tuck”y a pedir otra.
El primero de ellos por su temperatura te taladra el cerebro, el segundo es casi inmediato y el tercero, ahí justo ahí, empezás a disfrutar y ya mirando el fondo, casi sin apoyarla estás pidiendo la que sigue. En cualquier lugar, barcito, pequeño o grande, la cañita es infaltable, viene siempre acompañada de algo, olivas, papas fritas etc., pero en cualquier lugar dónde la pidas su temperatura es siempre igual. ¡Helada!
Esa noche invité a mí padre a comer una paella, en el centro de Torremolinos. Me dijo que ya había cenado pero que igual le entusiasmaba la idea de acompañarme. Mi hambruna estaba tomando dimensiones dramáticas, luego de seleccionar el primer restaurante, esperar mesa, sentarme y con poca paciencia aguardar a ser atendido, ante mi pedido de paella, el mozo me preguntó ¿para cuántos? Para uno, le respondí. A lo cual me dijo, para uno no la servimos. Mientras salíamos, como una tromba, iba pensando, qué tontos. Cuántos solitarios desaprovechados.
En mi país, cuando tuvimos buenas épocas y todo el mundo consumía a lo loco, ocurría lo mismo; hoy con la malaria, todos los empleados del restaurante y sus dueños hacen un gran festejo cuando sirven un plato de porción completa. Todo es media porción. Un poco disgustado, salí en la búsqueda y selección de un nuevo lugar. Cuando lo logré, no quise sentarme en una mesa, sino que decidí encarar al mozo en algunas de sus pasadas. Así lo hice, casi poniéndome delante suyo, le disparé mi pregunta, la del millón. ¿Tienen paella? Sí. Fue su seca respuesta. ¿Es Ud. solo?, me preguntó. Sí, fue mi seca respuesta. Y sin demorarse me contestó: No, no servimos para uno. Mi mirada fue contundente. Se dio vuelta sin saludarme. Mi desesperación entró en una fase final. Mi reloj marcaba las 22.30 hs, bastante tarde para nuevos ensayos. Tenía pocas opciones. No había más prueba o error. Solamente éxito o desistía del plato. Esto último para mi carácter y forma de ser persistente es muy difícil de lograr, mi estómago caprichoso no lo iba permitir. Pregunté en la calle.¿Dónde puedo comer la mejor paella de Torremolinos? Sobre la peatonal, me dijeron. En un restaurante en el primer piso. Hacia allí fui totalmente decidido, devoré los escalones que me separaban del salón comedor, lugar sobraba, ya se notaba el inminente cierre, preparativos en las mesas para el próximo día, ruidos al correrlas, también de la vajilla que ponían sobre ellas. Me senté.
Me preparé a comer una paella para uno. Difícil era que me hicieran desistir. Esperé al mozo con la servilleta puesta y un cubierto en cada mano, de manera que no hubiera dudas por su parte. Su pregunta esperada, en el momento que me alcanza la carta. ¿Ya eligió? Sí. Dígame entonces, y se preparaba para apuntar. ¡Una paella! ¿Es Ud. Solo? Sí. No hacemos paellas para uno, me dijo. Ya caliente, porque esa respuesta ya era conocida, le dije: Cuídame el lugar. Voy a la calle a buscar alguna novia y la invito a cenar. Esto dicho con un tono de pocos amigos. Me miró, como si no me entendiera. Me pareció que se lo iba a tomar a mal. Pasados algunos segundos me largó la carcajada. Y sentenció. Bueno, no es para tanto. Espéreme un segundo, no se impaciente, Voy a hablar con el cocinero. Veremos qué me dice.
La mañana estaba fresca, agradable y salimos a recorrer en un tour organizado por Euroal, Torremolinos. Uno de sus lugares sumamente atractivo fue el Botánico,” Jardín del Inca”, maravilloso y cuidado lugar con una gran pileta en el centro y acequias que bajaban con aguas cristalinas entre las plantas. Me llamó la atención la cantidad de palmeras y subespecies que había de éstas, será que mi ignorancia siempre la asocio con el trópico, allí en Centroamérica. Completamos la recorrida por distintos lugares y luego marchamos hacia la playa, al filo del mediodía. Allí en un chiringuito nos estaban esperando y no pudo ser de otra manera, las sardinas al asador fueron bienvenidas (Espeto de sardinas). Por supuesto, bien regadas con sangría, vino de verano y la maravillosa cañita.
Nos pusimos en marcha hacia Marbella.Allí, en el hotel H10 Andalucía Plaza, nos recibieron con todo esplendor. Un “saxo en solitario” nos puso entre melancólicos y románticos. Recorrimos las magníficas instalaciones. Y al pasar por el gran lobby, una nube de mozos nos inundó de tragos y bocadillos de primera, rematado por tres tipos de paellas, una de ellas “la negra”. Confieso fue la primera vez que la probaba; la tinta del calamar le dio un sabor rezongón. Nos costaba coordinar nuestra respiración sobre todo luego de semejante atracón. Pero les puedo asegurar, nadie le hizo asco a nada y nos esmeramos en llevarnos todo puesto.
Nos pusimos en marcha. A pocos kilómetros de allí nos esperaba Puerto Banus, con todo su glamour, una caminata por su exclusivo Puerto Deportivo colaboró para bajar nuestro exceso gastronómico, no ocurrió así con el alcohólico, que solo se sometería a una reparadora siesta, la veníamos guardando para el viaje de vuelta. Mientras caminaba y admiraba los maravillosos yates, me iba saboreando los próximos cuatro días que tenía planificado pasar allí.
La playa de Torremolinos ya la había visitado, un poco a la ligera, quería caminarla detenidamente y así se lo comuniqué a mi padre. El lugar de encuentro frente al monumento de las Mujeres, inspirado en un cuadro de Picasso, es muy llamativo. Ellas, tomadas de la mano, ejecutan una especie de danza y parecen beberse todo el aire puro del Mediterráneo. Hermoso.
Esa tarde todo me ayudó. Me gustó, sí, me gustó mucho, por ello lo hice y lo saboreé, poco a poco, dulcemente. El sol, muy remolón, no se quería esconder en ese atardecer de película, era para enamorados. Sentado frente al monumento, la luz me jugueteaba con sus brillos y sombras y parecía que las dos bailarinas querían bailarme una danza especial para mí, mientras yo dejaba pasar el tiempo sin apuro, miraba a los que pasaban por allí, corriendo, caminado, paseando sus mascotas, algunas parejas jugueteaban con sus bebés.
Pasaban los minutos y mi impaciencia de periodista me ponía mal. Mi padre no venía y mi cabeza empezó a funcionar o a desfuncionar. Me pareció raro por su puntualidad y me empecé a preocupar. ¿Le habrá pasado algo? ¿Se olvidó? ¿No encontró el Lugar? No pude ni siquiera pensar la próxima pregunta, cuando su figura tan conocida apareció precisamente frente a mí. Me dijo: Hijo, no te preocupes ya estoy aquí. ¿Pero le pasó algo? No, nada. Te vi tan entretenido con tu propia alma y tus pensamientos, que tu soledad estaba muy bien acompañada por vos mismo. Estabas tan pensativo que no quise interrumpirte. Solamente te admiraba y observaba. Me sorprendió su respuesta y el poder de observación y de síntesis para describirlo. Pensé. Solamente con esta sabiduría lo pueden hacer los mayores. Le pregunté. ¿Pero dónde estaba? Ahí, justo enfrente, al pie del monumento, nos separaban muy pocos metros. Me extrañó porque precisamente hacia ese lugar era a donde constantemente miraba. Pensé, lo que ocurre que con tanta luminosidad y tantos brillos no podía verlo. Salimos a caminar tranquilamente. Los chiringuitos comenzaban a prepararse para cerrar, en algunos de ellos grupos muy animados seguían con la marcha. Peeperepee. Peeperepepe.
Las playas me encantaron, el Mediterráneo tiene el encanto de su historia, sus limpias aguas y su tranquilidad que es contagiosa. Y esta playa con ese marco de fondo, transmite las mismas sensaciones, a mí me encantó, caminé por su costanera o el malecón para los centroamericanos, muy cuidada, infinidad de chiringuitos, muy coquetos, restaurantes y comida, comida y comida. Una feria artesanal muy grande. Sus callecitas sinuosas van serpenteando y tomando altura por la sierra, la que la hace muy pintoresca. Recorrí su costa y se encuentran pequeños acantilados con llamativas rocas, casas y edificios entrelazados entre ellas. El rojizo sol, en su perezosa despedida, le daba una luz muy particular a este tan bonito paisaje. Me gustó. Sí. Me gustó y quiero volver.
De regreso, ya en el hotel, comencé a preparar mi valija, acomodarla para realizar el tour por Granada y la Costa del sol. Debía acondicionarla, para armar y desarmar todos los días, mi padre me observaba y casi ni conversamos, había olor a despedida. Confieso. Pensar en ese momento me angustiaba, pero seguía rápidamente, acomodando y tirando papeles, mi padre me hacía recomendaciones, de cosas que no debía dejar de ver y de probar. Luego de un largo silencio, se incorporó y me dijo: Mañana muy temprano antes de tu partida nos vemos…
Terminaba de cerrar la valija y ya eran las dos de la mañana, apuraba lo que quedaba de mi whisky on the rock, avisé que me despertaran a las 7 de la mañana. Me acosté, no me resultó muy difícil dormirme, no sin antes pensar en mi lejana Argentina, que cobijaba mis amores, pedí por su protección, entrecerraba los ojos y pensaba qué lindo lo estaba pasando, pero que ya comenzaba otra etapa. No estarían mis amigos. Mi padre. Solamente España, a partir de ahora, viajaría solo. Pero, igualmente casi sonriendo me dormí. Totalmente en Paz… Escuché a lo lejos el despertador. Era la hora para la partida. Antes de abrir mis ojos me dio la sensación de estar acompañado. Cuando los abrí. Él estaba sentado en la cama, a mi lado. Me pareció verlo más pálido que otras veces. No pronunciaba palabra. Yo tampoco. Sus ojos muy brillantes. Extendió su mano como para una caricia… Me Desperté.
Raúl Solis
Mail: solsolo69@hotmail.com
Ganador: 1er. Premio” Perla del Pacifico”
Ecuador 2010
1er Premio Perú: “País de las Mil Maravillas”
Trujillo. Perú 2011
Socio Fundador de la Asociación Internacional de Periodistas y Escritores Latinos de Turismo (Visión)




