Desde el país del color
Cuando alguien viaja a un lugar desconocido, ya sea lejano o tan solo a unos cuantos kilómetros de casa, siempre le acompaña la esperanza de encontrar un sitio que le sorprenda, con playas idílicas, cultura, arte, gente interesante, o tan solo algún rincón que deje una huella en su mente. En esta ocasión mi viaje sería a Jamaica, un país del cual la imagen que tenemos es muy limitada y difusa.
Apenas sabemos situarlo en el mar Caribe y pensamos que por sus calles corren el ron y la mariguana. Nos evoca también a tiempos pasados, donde barcos de piratas merodeaban por aquellos mares asaltando galeones llenos de oro. Y si pensamos en los tiempos actuales, vemos a Bob Marley con un cigarrillo de mariguana en la boca y su cabeza llena de rastas.
Pero nada más lejos de la realidad, Jamaica es el país del color del contraste y realmente sorprendente. No digo que no se fume algo más que tabaco por sus calles, pero que ni tan siquiera van ofreciendo a los turistas. Cuando una persona llega a Jamaica por primera vez, se sorprende por el contraste que ve ante sus ojos.
Jamaica realmente son dos, o quizás tres países dentro de uno. Está la Jamaica del lujo, con impresionantes resorts que en su interior albergan hasta centros comerciales, campos de golf, bahías para nadar con delfines; más cruceros que arriban a sus puertos como fastuosas ciudades flotantes repletas de turistas, en su mayoría americanos, dispuestos a gastar un puñado de dólares y a disfrutar de sus rincones.
Esta es una Jamaica donde mucho famoso viene a pasar desapercibido mientras compra en lujosos centros comerciales, o a descansar en una solitaria playa del resort donde jamás nadie les va a poder molestar.
Desde España volé vía Miami a Montego Bay (Jamaica). Es la segunda ciudad más importante después de Kingston, su capital. Se encuentra situada en la zona noroccidental de la isla y tiene una población aproximada de 120.000 habitantes.
Jamaica es una isla exuberante de vegetación, apenas vi un solo metro cuadrado sin que estuviese lleno de vegetación. Me alojé en el Half Moon Resort, un cinco estrellas impresionante, con una extensión de 400 hectáreas, con suites, villas, 54 piscinas, spa, y hasta un centro comercial. Un lugar ideal para perderse en Jamaica unos cuantos días.
Podríamos decir que es lo más parecido al paraíso cuando estamos en pleno mes de diciembre, tumbados en una hamaca, medio hundidos en las tibias aguas turquesas del Caribe sobre un blanco y fino fondo de arena, escuchando tan solo el sonido de las olas y refrescándonos del sol con una piña colada o un frio coctel de frutas tropicales en nuestra mano.
Esto es una de las tres Jamaicas que voy a narrar en este articulo. Esa es posiblemente la Jamaica lujosa y paradisiaca de miles de turistas que llegan cada año a este país en busca de su merecido descanso.
Van a un resort de más o menos estrellas donde pasarán una semana con todo incluido en la mayoría de ellos. Realmente este tipo de turismo viaja a cárceles de oro, donde dentro de los muros del recinto tienen cuanto ansían, pero al final se olvidan de la otra realidad, de la de conocer el país y sus gentes.
Muchos me dirán que solamente van a descansar, a disfrutar, a beber y comer y olvidarse de la hipoteca, los recibos, de madrugar y del stress diario; esto es muy cierto y realmente es lo que se debe hacer cuando uno va de vacaciones, pero limitarse a beber, comer y dormir también me parece un poco triste siendo tan pocas las oportunidades que una persona tiene para viajar a lo largo del año.
Cuando vamos a Jamaica debemos de olvidarnos de ver arte, monumentos o ciudades arquitectónicamente curiosas. Debemos ir a ver gente, cultura urbana, observar como la más absoluta miseria y pobreza conviven por sus calles con la alegría y el “No problem”, una de las frases más escuchada en Jamaica.
Este sería el segundo país que he conocido en ese viaje. Una Jamaica donde la gente vive como puede, donde cualquier sitio es bueno para plantar un contenedor (de los que sirven para transportar mercancías), abren en la chapa dos cuadrados y ya tienen una casa (y de las buenas) pues muchas de ellas son de palos y chapas o cartones.
En algunas zonas de la ciudad se ven otras de ladrillo, pero créanme que son muy pocas. Esta es la verdadera Jamaica, donde la vida discurre con poca o ninguna esperanza de salir de su estado de pobreza.
Los talleres de coches se improvisan por las calles o cunetas de las carreteras; las tiendas son puestos móviles en un maletero de un coche, una carretilla o una mesa hecha con largueros de madera mal clavados, pero que aguantan lo mismo que su dueño el duro día, cobijados a la sombra de una palmera o un árbol.
En una ocasión fuimos a cenar a un restaurante de los “auténticos”, donde sus únicos comensales son personas autóctonas y los turistas jamás pasarían dentro. Un día bueno pueden contar con cuatro o cinco personas como clientes.
El local y el mobiliario era muy vetusto, hules clavados en tableros hinchados por la humedad, patas oxidadas, etc, realmente un pintoresco lugar.
Una pequeña cocina como la de una vivienda y unas ascuas de carbón son los fogones de este lugar, digno de mencionar sin embargo por sus exquisitos platos de pescado y langosta al curry. Su precio también era popular para los precios tan elevados que en Jamaica existen, precios por regla general prohibitivos para nosotros los europeos.
Esta segunda Jamaica fue para mí la más autentica, y me sorprendió además conocer, inmerso en ella, que todos los niños van a la escuela; pasamos por muchas aldeas y poblaciones en nuestro recorrido por la isla y vimos muchos niños y niñas salir todas las tardes de los colegios, pues la enseñanza es totalmente gratuita.
Hablemos ahora, y para finalizar este artículo, de la tercera Jamaica; un mundo aparte, formado por una religión y un modo de vida alternativa. Yo los situaría entre los Hippies de los años sesenta y una religión asiática.
Los Rastafaris son un movimiento socio-cultural y una religión. Siempre pensamos que eran gente que solamente se tumbaban a fumar y vagabundeaban por las calles en busca de algunas monedas para poder comprar mariguana.
Después de pasar en una comuna en Montego Bay unas horas con ellos, descubrimos que tienen dentro de la comuna una organización perfecta donde cada uno asume su labor.
Ejercitan cuerpo y mente, predican la paz y el amor entre las personas y viven lo que la tierra les da: leche de coco, bananas, aguacates, y zumo hecho con diversas plantas y hojas de árboles.
Andan descalzos, cantan para orar. Su gran símbolo es un león y el Emperador de Etiopia y la reencarnación de Dios en la tierra.
Estas son las tres Jamaicas que en apenas ocho días he podido conocer, de forma muy efímera y superficial, pero que dejaron una importante huella en mi persona.
A título particular, me hubiera gustado profundizar y conocer más a fondo las dos últimas Jamaicas.




