Brasil: el Parque Unipraias, Camboriu
Estaba sentado, muy nervioso y expectante, el aire a mi alrededor estaba detenido. Miraba a mis colegas periodistas con cara de tonto. Yo estaba atado al carrito, mis manos firmemente agarradas a las palancas del freno. El operario me miró queriendo hacerse cómplice de mi consentimiento. Bajé la vista, buscando la seguridad que me faltaba, la buscaba muy adentro mío.
Julio Debali, nuestro presidente de Visión (la Asociación Internacional de Periodistas y Escritores Latinos de Turismo), le pidió una pausa, se me acercó y me dijo algo al oído, asentí con la cabeza. El conteo empezó nuevamente. Julio me apuntaba con el ojo de su cámara. El operario me volvió a mirar, su dedo estaba puesto en el disparador. Todos seguían esta secuencia con rostros muy serios, las sonrisas ausentes, escasas, ni para las fotos.
Esta vez acepté el convite. Asentí con mi cabeza El dedo del operario fue hasta el fondo, como superando el tedio, como una venganza por tanta demora. El carro se empezó a deslizar, lentamente, suavemente, como para que pongas en orden todas tus emociones.
Una pequeña subida y empezó el mambo. Una pendiente muy pronunciada, una curva en ascenso, primera curva casi sobre su eje. El endemoniado carrito, muy pequeño, con capacidad para dos personas, está desprotegido. Yo atado a su silla y el muy endemoniado empieza a ir cada vez más y más rápido. Confieso que es lo más lindo. Adrenalina pura. Todo esto sucedía en Brasil, en la ladera del Morro da Aguada, Camboriu, a 240 metros de altura en su parte más alta.
Después de la primera curva ya no te importa nada. Pendiente, pendiente, mi carrito iba al máximo sesenta kilómetros por hora. No quiero mentir, pero me parece que a mí particularmente me dieron uno preparado para correr y volaba a 120 kilómetros por hora. Es la montaña rusa de la selva.
A lo lejos, las playas. Nos íbamos acercando como una tromba hacia el precipicio, la caída era inminente, una curva muy cerrada, pero salvadora. Luego viene una serie de curvas y contracurvas, cuatro en total, con un rulo de despedida. Todo esto en el medio de la selva, las hojas, las ramas son como un mimo sutil que te acaricia la cara, los monumentales árboles parece que van a ser tu sepultura.
En mi caso, las palancas bien abajo, nunca tocando el freno. Para que vaya al máximo de velocidad. Les puedo asegurar que hace 40 años que me rasuro la cabeza. Mi escasez de pelo es total. Pero tuve la auténtica sensación de que me despeinaba.
En la última curva el carrito de este Trineo de montaña se serena y llega a su estación tan tranquilamente como empezó su recorrido. Las caras de sus pasajeros aplastadas por el impacto del viento, pero con la sonrisa de haber superado la prueba. Yo seguía pensando en lo que me dijo Julio Debali antes de la partida. “No toques el freno, puede ser peligroso. Sin freno te resulta más fácil”. Conociéndolo, ¿me habrá hecho una broma? Por mi parte, le creí y seguí al pie de la letra sus indicaciones. ¿Habré estado muy cándido en creerle?
Todavía estaba sentado en el carrito del Youhooo, en el parque Unipraias, Brasil, en las playas de Camboriu. Habíamos tomado el teleférico en la base y a mitad de camino en la altura, sobre el morro y entre la muy bien cuidada selva. Allí está este maravilloso juego. La montaña rusa ecológica.
Aquí se puede hacer una parada con el teleférico. El que habíamos tomado en la estación Barra Sul. Para subir al morro y luego bajar hasta la Playa, se deben recorrer 3250 metros, en cualquiera de las 47 cabinas (Bondinhos) o seguir hasta las playas de “Laranjeiras”. Una vez montados en su cabina, lentamente empieza a tomar altura y te permite ver a 360º todo lo que pasa a tu alrededor. La desembocadura del río, la bahía con sus playas, pequeños puertos llenos de embarcaciones de placer…
Si tu opción es quedarte, estas en lo más alto del morro, podés recorrer los muy cuidados senderos, más de 500 metros, con escaleras, subidas y bajadas, maravillosos miradores. Árboles gigantescos y grandes helechos de una voluptuosa selva, cuidada como un jardín. La gran Bahía, los puertos deportivos, las playas y detrás esa gran mole de cemento que rodea a la bahía. Se parece una gran muralla. En este caso turística, tan característico de esta zona de Brasil.
El tema es cómo bajar, tenés dos opciones. La clásica – la de los Timoratos- que encara la bajada en cablecarril. Vos te la perdés, te recomiendo la turbulenta si es que te gusta la aventura. La tirolesa, Zip Rider, mágica. Si ya venís cargadito con la adrenalina que te tomaste con el youhooo, esta no te la podés perder. Te baja desde lo más alto del morro- más de doscientos metros de altura - en un minuto.
Si te gusta la velocidad aquí tenés velocidad. Setecientos diez metros en descenso. Sentado cómodamente en un morral vas colgado de un cable a 60 kilómetros por hora, maravilla de la tecnología. Ni bien pudiste aflojar tu cuerpo y empezaste a respirar aire puro ya estás abajo. Tus piernas tímidamente empiezan a pisar tierra firme. Es como el sexo, pura adicción, y te dan ganas de volver a empezar.
Una opción muy divertida de hacer este recorrido es el viaje en el barco de Piratas, en alguna otra oportunidad lo hice y realmente me pareció desopilante. Los piratas, que de ellos se trata, hacen lo imposible por la diversión, tal es así que nadie tiene tiempo en darse cuenta del movimiento del barco y todos lo pasan muy bien.
Son excelente actores, muy dispuestos a la fotografía con las veteranas. Las corren y le ponen sus espadas y trabucos en su garganta. Pese a todo. Ellas, casi sin oponer resistencia, se dejan aprehender fácilmente y lo disfrutan. Así lo demuestran las sonrisas de oreja a oreja en todas las fotos. Como sugerencia, deberían agregar alguna Garota que solamente tenga un ojo tapado. Así los hombres no nos aburrimos.
Todo es muy divertido pero la tierra firme también lo es. Está muy buena, recórrela paso a paso. Caminas muy pocos metros y ya estás frente a una preciada playa. Laranjeiras. Enmarcada de barcitos, una feria atestada de negocios, allí las mujeres se dan el gran gusto de comprar regalos para todos. Los miembros de Visión eran esperados por las autoridades de Camboriu. Hubo breves discursos e intercambio de tarjetas y empezó el Gran Show.
Ya pasado largamente el mediodía llegó lo más esperado, almorzar. Cómodamente sentados mirando la playa. Los turistas, los juegos, los clásicos, los kayaks y la divertida banana a toda velocidad. Los eficientes mozos comenzaron a servir una gran variedad de peixe y camarao. Las caipiriñas y cerveziñas heladas, desfilaban y bailaban como una gran zamba brasilera. Me encantó una que tomé sobre el final, sobre un ananá ahuecado. Así me decía un colega que le quedó la cabeza, después del tercero.




