Barbados, un auténtico paraíso en el Caribe anglosajón

26 de Abril de 2011 5:48am
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Barbados, un auténtico  paraíso en el Caribe anglosajón

En el Caribe, cada isla es un mundo aparte. Y, en esta geografía que parece haber sido creada expresamente para disfrutar de un crucero bajo el sol de los trópicos, Barbados es uno de esos mundos, totalmente entregado al turismo, pero a la vez bien auténtico.

Para los norteamericanos y los ingleses es una de las reinas caribeñas. Tom Wolfe, en su análisis de las tendencias del fin del milenio en Estados Unidos, la consideró como uno de los destinos preferidos de la clase media. Su capital fue uno de los principales puertos atlánticos del imperio británico y uno de los destinos regulares del avión supersónico franco-inglés Concorde.

Mucho menos conocida desde estas latitudes, hace pocos meses la isla se convirtió en una de las mejores opciones para conocer el Caribe anglosajón partiendo de Buenos Aires, gracias a una nueva y fácil combinación de vuelos vía Brasil (y sin visa). Este mundo de bolsillo está hecho a la vez de playas y cultura, de buenas mesas y música, de naturaleza y deportes, de experiencias nuevas y tragos. ¿Como en el resto del Caribe? Como en el resto del Caribe, pero con algunos toques propios que hacen la diferencia.

The bajan experience

En Barbados se puede abordar un submarino y explorar el arrecife de coral de las costas; también es posible perderse en los montes del interior para avistar monos verdes; explorar cuevas de estalactitas; asistir a un partido de cricket como en un campus inglés o simplemente conocer el lugar donde se destiló ron por primera vez en la historia. Los vuelos permiten pasar una semana entera, de sábado a sábado, el tiempo justo para disfrutar a pleno de un mundo tan pequeño como intenso.

Los nativos lo llaman The bajan experience : en su idioma local, que nació del mestizaje del inglés y las lenguas africanas. El término “bajan” designa todo lo autóctono, desde la gente y su lengua hasta su cocina o estilo de vida. Los ingleses también llamaron a la isla Little Britain, o el diamante más brillante de su corona. Los primeros colonos llegaron a Barbados en 1627 y, a diferencia de la mayoría del Caribe, desde entonces el territorio nunca cambió de manos.

Aquellos primeros colonos eran ingleses pobres a quienes se les había prometido tierra a cambio de trabajo, para desmontar la selva tropical y preparar campos de cultivo. Sin embargo, pocos pudieron reclamar lo que les correspondía, diezmados a causa del clima y las enfermedades tropicales. Anthony Hunte, descendiente de uno de los pocos colonos originales, construyó un jardín abierto al turismo en las partes altas -con todas las reglas del gardening inglés- y recuerda que sus antepasados llegaron aquí para trabajar en los campos de caña de azúcar, la principal actividad y fuente de riqueza hasta la era del turismo.

Era sin embargo una riqueza mal repartida, ya que -como en el resto de las Américas- Barbados recibió muchos esclavos durante los siglos XVII y XVIII. En 1684 había una proporción de tres esclavos africanos por cada inglés. Con el paso del tiempo la proporción se incrementó y hoy más del 90% de los barbadenses tienen orígenes africanos. La plantocracia, esa minoría blanca que formaba la aristocracia de las plantaciones de caña, prosperó hasta 1816 cuando una revuelta liderada por el esclavo Bussa llevó a la abolición de la esclavitud en 1834. La estatua de Bussa domina hoy una de las rotondas de mayor circulación del sur de la isla.

Como en cualquier tierra de impregnación británica, aquí se maneja a la izquierda y se cuenta en pies, pulgadas y millas. La independencia en 1966 no cambió para nada estas costumbres y mucho menos la afición de los isleños al cricket y al polo. Pero hay rasgos muy genuinos, muy bajans, como los que se pueden descubrir perdiéndose en la multitud de parejas un viernes o sábado por la noche en la playa de Oistins.

Los campesinos vienen para bailar calipso de los años 50 y 60 mientras sus hijos se aglutinan un poco más lejos en torno de enormes parlantes que difunden rap, reggae y, por supuesto, los temas de la cantante pop Rihanna, la niña prodigio de la isla. No hay un isleño que no le tenga cariño y evoque una y otra vez esa noche de 2008, cuando ganó un Grammy y lo festejó diciendo: Barbados, we got one! La cantante es toda una embajadora para esta pequeña población que no supera los 300.000 habitantes.

Fachadas victorianas

A la medida del país, la capital se concentra alrededor del Careenage, el estuario de un pequeño río que sirvió de puerto y luego de dique de carenado de los barcos. Como en otras ciudades portuarias, los almacenes y hangares fueron reconvertidos al turismo, y hoy son tiendas y restaurantes rebosantes de actividad y colores. El Careenage es donde late el corazón mismo de Bridgetown, con sus dos puentes (de ahí el nombre), un arco que conmemora la independencia del país, un monumento al almirante Nelson (el infaltable toque inglés) y varios edificios públicos.

El paseo sigue por Broad Street, donde los edificios victorianos conservan su fachadas, pero fueron transformados en shoppings libres de impuestos. No hay que olvidar el pasaporte cuando se va de compras por el centro de Bridgetown, ya que los descuentos para turistas se realizan en el acto. Hay que entrenarse un poco, sin embargo, para leer los precios por partida triple: en dólar de Barbados, en dólar de Barbados sin impuestos y en dólares norteamericanos sin impuestos.

El souvenir más popular es el ron, por supuesto, aunque el color del agua que cada viajero se lleva grabado en la retina lo supera ampliamente. También hay que llevarse a casa una artesanía en forma de pez volador, premio consuelo para quienes no los hayan visto durante los paseos en barco a lo largo de las costas de la isla. Este pez figura en el logo oficial de Barbados, aunque bien podrían estar también las tortugas que abundan en las aguas de los arrecifes de coral y que se puede ver nadando cerca de las playas. También podría ser un pirata, en recuerdo al pasado de Barbados y su presente, ya que la isla sirvió de decorado para la seguidilla de películas de Disney Piratas del Caribe.

Manuel de Casas, un venezolano que reside desde hace 16 años en Barbados y vive a la vez como traductor público y músico, lo resume recordando que Barbados es todo un mundo, chico, pero con tanto para ofrecer que siempre hay un buen motivo para volver.
 

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