Un salón para el museo rodante de La Habana

10 de Abril de 2019 10:19am
Leonel Nodal
salon del motor

La sola mención de la idea de organizar un salón del automóvil en La Habana pudiera parecer una locura, un sueño de nostálgicos de esos deslumbrantes dioses de vida efímera en los altares de las avenidas de los países más ricos del mundo, donde se multiplican como hormigas y pujan por sobresalir en la multitud de competidores.

Tal vez, ciertamente, lo que sobró para hacer realidad el sueño –durante el último fin de semana- fue una fuerte dosis de idealismo, de pasión por algo más que el rugido de los potentes motores, el deslumbrante brillo de los cromados, los aerodinámicos diseños de las carrocerías o los potentes equipos de audio que estremecen su interior.

Una exposición de automóviles en La Habana, a punto de cumplir sus primeros 500 años, solo tiene sentido como un homenaje al histórico y largo recorrido que va de las carretas de bueyes a los coches, quitrines y volantas tirados por caballos, ya fueran de labor o de elegantes paseos, hasta los primeros vehículos de motor, que circularon en la capital cubana al despuntar el siglo XX.

Desde entonces la hermosa San Cristóbal de La Habana, fundada a las puertas del seguro Puerto Carenas, palpitó con el bullicio del tráfico de los fotingos, como los llamaba la población todavía asustadiza al sonar los bocinazos, que en pocas décadas transformaron su famoso Malecón en formidable pista de desfile de los últimos modelos salidos de Detroit.

El flujo de vehículos desde la potencia automovilística del Norte quedó trunco a principios de los sesenta, pero surgió y tomó fuerza un nuevo goteo desde Europa, incluso la del Este, y de la competente industria asiática, hasta crear una diversidad total, marcada por lo útil, lo necesario y el impacto de la pujante industria turística.

Enmarcado en esta nueva realidad contemporánea, muy diferente a la del entorno caribeño, los coches, máquinas, autos o carros –como suelen llamarlos los cubanos- sobrevivientes de todas las épocas, se cruzan en el tráfico habanero, el de toda la isla, como valiosas piezas de un verdadero museo rodante.

Elegantes descapotables de marcas estadounidenses - Cadillacs, Chevrolets y otros-  se pavonean relucientes, al lado de recientes modelos de Audis, Mercedes, Toyotas,  Kyas o los chinos Geely y los nuevos rusos Ladas, pintados de amarillo y blanco, dando servicio de taxis o en su multicolor vestuario, como autos de renta.

El II Salón Excelencias del Motor en La Habana adquiere vigencia como parte de ese movimiento popular espontáneo de una ciudad que rinde culto a uno de sus más valiosos tesoros patrimoniales, el extenso parque automovilístico formado por los “almendrones”, el vocablo que engloba autos antiguos, clásicos, conservados vivos en su originalidad, a pulmón, a pura inventiva e imaginación, ejercicio de voluntad inquebrantable.

Lo más sobresaliente, según nos confió Willy Hierro, editor de la revista Excelencias del Motor, donde aglutina a un equipo tan afinado como el mejor auto de carrera, fue la afluencia del público hasta el distante predio ferial de Expocuba, uno de los mayores de Latinoamérica. Cientos de personas colmaron de la mañana al anochecer el pabellón 25 - el más espacioso, con sus 1 440 metros cuadrados-  para deleitarse con la atractiva muestra de su museo rodante.

Más  de 1 800 visitantes pagaron entrada, a los que se sumaron invitados y expositores, así como familiares, en una fiesta muy peculiar del show automóvilístico. Y no fueron solo autos. También se sumaron motos antiguas, clásicas y modernas. Se entregaron 9 premios, y la lista de galardonados ilustra la valiosa diversidad.

La excitación de grandes y chicos era visible y audible en las expresiones de admiración ante cada modelo, como un reluciente Jaguar de 1954 o un Ford de 1936.

Y qué decir de un asombroso Ford de 1929, perteneciente al Club de automóviles antiguos de Cienfuegos, que hizo la travesía desde la bella ciudad sureña del centro del país, y regresó por fortalecido por dos días de incesantes elogios.

La sección de motos fue un punto y aparte. Basta mencionar las triunfadoras Harley Davidson. Una totalmente original, de 1947, de las llamadas Libertadoras usadas por el ejército de Estados Unidos en Europa, que se presentó pintada con el mismo verde de equipos militares.

Entre los clásicos, el TF inglés de 1953 en exposición suma ahora a su pedigree haber sido el que condujo el príncipe de Gales durante su reciente visita a La Habana.

Afuera, en el extenso parqueo hubo varias demostraciones de destreza en el manejo, pero llamó la atención una operación de auxilio en carretera de Los Primos, una miniempresa particular, o la ágil demostración de Car Fix para reparar un parabrisas, signos de los nuevos tiempos de esta actividad en Cuba.

Y como innegable valor cultural del Salón basta mencionar la presentación de dos libros de colección. Por una parte, el titulado “Los abuelos de los almendrones”, una joya hecha de detalles históricos tallada a mano por Alfonso Cueto, un verdadero sabio de autos clásicos, colaborador permanente de Excelencias del Motor.

El otro, el documentado volumen “Historia y pasión del automóvil en Cuba”, de Marcelo I. Gorajuría Marichal, publicado por Ediciones Cubanas, de Artex, en el año 2015, que es una reconstrucción inédita de la historia del automóvil en Cuba, desde finales del siglo XIX y que parte del arribo del primer auto a la Isla en 1898.

Quién lo diría, en Cuba, donde ni se fabrican autos, ni se efectúan carreras, ni hay un mercado desbordado de vehículos, el exitoso II Salón Excelencias del Motor mostró la virtud del empeño y expuso algunas de las aristas más nobles de la afición por una industria que seduce multitudes y posee una muestra insuperable en la real y maravillosa Habana.

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