Nueva York: un destino mil culturas
Cuando deambulas por Nueva York lo haces volviendo la cabeza hacia arriba para observar la majestuosa selva de rascacielos que nunca acaba. No importa si se trata del primer o el quinto viaje que realizas a la hiperactiva megalópolis.
En el fondo, no miras la ciudad, sino que admiras su paisaje urbano con los ojos curiosos de un niño que no ha visto nunca nada. Que no quiere perder detalle de lo que sucede a su alrededor. Las poéticas escaleras de incendios en el Soho, el olor característico de los puestos ambulantes que presiden casi cada esquina de Times Square, las sirenas de los camiones de bomberos tronando con todo su ímpetu, la caótica aglomeración de tiendas de Chinatown, el encanto de sus anchas avenidas flanqueadas por espectaculares vitrinas…
El corazón de la Gran Manzana es un guirigay de sonidos, ajetreo, de mil caras y acentos. Una invasión normanda de gente (principalmente turistas) que no se sabe ni de dónde sale y a quienes los neoyorquinos esquivan con paso acelerado.
La mejor manera de conocer una ciudad es pateando de un lado al otro. Vagar por ella para descubrir la esencia de sus rincones y fundirte con su paisaje. Orientarse en Nueva York resulta bastante sencillo porque está diseñada en forma de cuadrícula con las calles numeradas de sur a norte y las avenidas de este a oeste. Tarea imposible la de perderse.
En la isla de Manhattan encontramos tres áreas bien diferenciadas (uptown, midtown y downtown) por lo que podremos montar rápidamente un itinerario de viaje según nos convenga.




