Madrid: La Hidalga ciudad Capital
Caminaba por mi ya conocido Aeropuerto de Barajas, en Madrid, como si fuera mi barrio. El proyecto era de estar en esta prometedora ciudad más de 6 días, una propuesta que me entusiasmaba. Lentamente avanzaba y planificaba como ocuparlos, arrastraba mi valija, estaba muy desvencijada y la cuidaba como a un bebé, tenía miedo de que su destrucción fuera total, por ello no quise tomar el metro y preferí un taxi para ir al centro de Madrid, los 50 euros todavía me siguen doliendo, el impuesto tal y el derecho a no sé qué, autorizaron la violación legal de mi tesoro, me pareció caro, muy caro, tal es así que iba sentado en él y descontaba cuantas cañitas menos debía tomar para amortizar el gasto. En la calle Atocha, allí estaba mi hotel, muy lindo, reciclado sobre un edificio muy viejo.
Ya estaba instalado. Dejé mi equipaje y rápidamente salí a conocer Madrid. Me lo quería comer, las ansias locas de recorrerlo no me podían contener. Madrid, me repetía. El encuentro de dos grandes. De fanfarrón salí sin preguntar nada, el conserje estaba ocupado, como siempre, haciendo un Chek inn. No quería perder tiempo ni calmar mis expectativas, salí como una tromba a la calle. ¿Tan difícil no va a ser? ¿Quién se puede perder en Madrid? De última pregunto en la calle. No tuve en cuenta que me cuesta mucho preguntar, le hice honor a casi todos los hombres del planeta. Si. De esos que llevan siempre el titulo orgullosamente en el bolsillo. La verdad, andar preguntando es cosa de mujeres, siempre nos repetimos. Nos apoyamos entre nosotros.
Insistía. Tan difícil no puede ser. Giré algunas veces sobre mi eje y con mayor fuerza retomaba el rumbo. Aquí debo decir a mi favor: la cantidad de gente y de turistas que había en la calle no me facilitaron las cosas. Al contrario jugaron en mi contra. Mi norte, mi obsesión era: la “Puerta del sol” o “La Plaza Mayor”, de última “La Gran Vía”. Evidentemente no eran solamente mi objetivo, seguramente era de todos los que me rodeaban. Con seguridad es lo primero que hay que conocer en Madrid, me repetía a mí mismo, tratando de convencerme y haciendo de mí, un propio guía de Turismo espiritual.
Continuaba con el análisis: son estos los tres íconos del Turismo de la ciudad Capital. Debe ser muy fácil encontrarlos. Inmediatamente me tope con la “Plaza del Ángel”, ante el primer giro. Seguí caminando. A pocos metros. Me dije. Qué bestia, giré sobre mí mismo y volví a salir a la misma Plaza, eso me desorientó, giré en la primera esquina y otra vez en la misma Plaza. En ese momento me di cuenta que eran dos distintas, esta era la de “Santa Ana”. Casi se toca con la del “Ángel”. Malgastaron, hubiesen hecho una grande y se ahorraban unos pesos.
Oportunamente me vine a enterar, que la primera es el origen de la noche Madrileña, el lugar de encuentro para trasnochar. El kilómetro cero de la noche de Madrid. Ahora entiendo porque el confianzudo del chofer del taxi, cuando le di la dirección del Hotel, intentó una pequeña sonrisa, sonrisa que casi se convierte en carcajada, en el momento que le pregunte dónde era la movida nocturna en esa ciudad. Bueno y haciendo una pausa, me dijo el muy pícaro. A metros del Hotel tiene una plaza muy interesante, pregúntele al conserje que le va saber indicar. Claro. La famosa “Plaza Santa Ana”.
Seguía caminando, el cansancio y los malos resultados de ella me estaban agobiando. Al fin, vencido, humillado. ¡Pregunté!. Sí. Qué tiene de malo preguntar. Sencillo. Siga derecho. Esta ahí nomas. Era cierto y muy fácil. Viste, viste, para que preguntaste, me reprochaba sin cesar. Te humillaste, innecesariamente.
Estaba ingresando a la Plaza Mayor, un lugar que guarda tantas historias, sus grandes arcadas, los pasillos atestados de negocios y lugares para comer, infinidad de turistas, la recorrí rápidamente, como para dar una primera mirada general, parecía que quería recorrerme todo Madrid en una sola tarde. Sin darme cuenta cada vez iba más ligero, pero encontraba tantas cosas interesantes en el camino, que cada vez demoraba más.
Estaba tan distraído y tan absorto en mis pensamientos que ni advertí cuando pasé al lado de una mesa con tres vagos, en el buen sentido de la palabra, los señores ocultaban sus caras con máscaras muy risueñas, sus cabezas sobresalían sobre una mesa y el cuadrado estaba bien cubierto por una tela. Ellos, ocultos por el andamiaje. Sobre esta y apoyadas al descuido las tres mascaras. Inocentes. Nadie puede sospechar. Estaba sola como abandonada, nadie la cuidaba, en la inmensidad que es La Plaza Mayor. Insisto, yo, muy distraído pasé a su lado. En ese instante los tres a la vez me gritaron y se levantaron al unísono, aquella que parecía una inofensiva mesa, quedó colgada de sus hombros, las tres máscaras se agitaban y hacían flamear al género protector.
Se imaginan, esto se convirtió en la mejor arma letal de mi ataque de Pánico. Ellos a su vez se divertían. No solamente ellos. Todos. La carcajada fue general, toda la Plaza mayor se reía y la risa no solo retumbaba en mis oídos sino en todos los edificios que la circundan, produciendo un particular eco. El color rojo invadió mis mejillas, salí espantado del susto y de vergüenza, creo que todavía estoy corriendo.
Caminaba y seguía riéndome de mi mismo y celebrando tan linda idea, a pesar de que siempre tiene que existir un tonto distraído, para que los demás se rían. Admito que alguna tarde me senté en un barcito y me divertía con los tontos distraídos. Confieso, aquella tarde, ese tonto fui yo.
Me encontré caminado por la Calle Mayor y me dije, esta me lleva a un lugar importante, fui en el sentido que iba una gran masa de Turistas. Ya había caminado 500 o 600 metros y todavía sonreía del susto que me había pegado. Trataba de imaginarme la espantada y mi cara, me volvía a reír. Mi paso iba reducido porque parecía que íbamos a una manifestación, todos para el mismo lado y todos con el paso apretado buscando un rumbo elegido. En mi caso me hubiese apurado un poco, intentaba esquivar turistas pero se hacía imposible, mi destino “La Puerta del sol”, tal es así que me dije: Voy bien, quizás muy lento. Aprendamos a disfrutar, muchas veces en las pausas, encontramos la Felicidad y caminaba tranqui, tranqui. De pronto, su olor tan rico por poco me marea: “El museo del jamón”, hubiese querido hacer un alto allí, simplemente fue una breve recorrida y ya estaba nuevamente en la calle.
Mi primera impresión fue el cielo abierto sin edificios y un importante predio, la muy buscada “Puerta del soló estaba allí y allí estaban todos, no falto nadie, un gentío, era la parada obligada de todos los Turistas del Mundo, para tomar aire, respirar y volver a arrancar, la fuente central con sus juegos de agua y una gran cantidad de turistas sentados en el suelo, dándole descanso a sus piernas. Me paré muy cerca de ellos, no dejaba de admirar a los edificios que la rodean y los grupos étnicos, no faltó nadie, turistas de todos los continentes, de todos los colores y por supuestos todos los lenguajes.
Un grupo de “Mariachis” hacia el deleite de muchos, incluido el baile. Hindúes o quien sabe quien, hacían malabarismos con sus cuerpos, ingeniosamente demostraban que estaban suspendidos en el aire. ¿Realmente estarían en el aire, levitando? Todos nos mirábamos, preguntándonos cómo lo hacen. A su vez yo me preguntaba ¿Quién falta venir? ¿A quién esperamos? Cierren la Puerta. ¿Estamos todos? ¿Quizás será el Crepúsculo? Todo puede ser, cada uno viene a estos lugares a buscar cosas distintas. Ese deambular como perdidos mirando todo y sin mirar nada, quizás tenga una explicación. Es la de estar en un lugar largamente soñado y estábamos ahí, dispuestos a disfrutarlo.
Por esa manía de fotografiar todo y a todos. En cuántas fotos seré el protagonista y estaré en el primer plano, cuantos familiares y amigos dirán: ¿Y este Pelado quién es? Seguramente estaré recorriendo el mundo y sin enterarme, donde miraba había un lente apuntándome. Sin ser ningún famoso o lindo, simplemente por estar y ser parte de la decoración del lugar.
A pocos metros de mi hotel estaba la Plaza del Ángel y casi besándose con ella la plaza Santa Ana, un icono de la movida nocturna, desde muy temprano y sin importar el día de la semana se notaba el movimiento, preparándose para la noche, grupos de todas las edades, con la caída del sol comenzaban con sus festejos, buenas cañas, buenos vinos y la clásica tapeada, me sentaba en una mesa y miraba la llegada de grandes grupos de jóvenes y no tantos que alegremente se dirigían no sé a dónde, en un afán innegable de divertirse, era el comienzo, los clásicos tarjeteros y algunas muy lindas del sexo femenino, vestidas muy elegantes, pero muy llamativas, corrían de un lado a otro invitando a todos al boliche que representaban.
Todas las noches intenté ser partícipe del festejo, pero mi cuerpo a esa hora se ponía muy rezongón y pedía a gritos descanso, caminar todo el día conociendo lugares, no me dejaba saldo para trasnochar, me hubiese gustado estar como siempre, esperando a la salida, la retirada de los parranderos, hubiese rescatado fotos, de pintorescos momentos, pero otra vez será.
El mercado “San Miguel”:
Un lugar muy atractivo, cada vez que pasaba por allí parecía que me extendía una invitación especial, solamente le había dado una recorrida rápida. Suficiente como para entusiasmarme a hacerle una visita pormenorizada. A este lugar se debe venir preparado. Buenos Euros y mucho apetito. Así estaba en aquel momento, eran un poco más de las 16 hs, y solo estaba con el desayuno. Por lo tanto ingresé en él, amplio espacio, un hermoso tinglado, que cobija en su suelo y en toda su dimensión, la historia necesaria para convertirse en un monumento.
Hoy. Un gran mercado gastronómico, moderno, rápido, uno se puede deleitar con los mejores manjares de la “Tapería española”. Cerezas grandes como las bolas de billar. Jamones. Mi stand preferido, jabugo, pata blanca, pata negra, son todos ricos, con ese pan crocante, casi son irremplazables. El aceitunero, únicamente aceitunas, las maravillosas olivas, en brochette, en sándwich formadas por dos mitades de una gigantesca aceituna, en el medio, morrón, sardinas, anchoas, jamón etc. Etc., que delicia. Ostras, pescados y mariscos. Tortillas, allí aprendí que la tortilla española, la clásica es patata y huevo. Para mí sin cebolla. En mi país le ponen de todo y a esa la llaman tortilla española. Paellas. Postres. Vinos etc. etc. En este párrafo me quedaría a vivir y en el Mercado San Miguel También.
Me fui tres días a Barco de Ávila y Gil García, el pequeño y adorable pueblito de mi padre. A la vuelta y por falta de espacio debí cambiar de Hotel. Este estaba del otro lado de la Puerta del Sol, a 50 metros de la Gran Vía. Nuevamente estaba en el ruido de Madrid. Mis caminatas, empezaban al revés y ahora terminaban en la Plaza Santa Ana.
Con documento y nacionalidad española, me comprometí en tomar hábitos de los españoles, por lo tanto a las once de la mañana estaba sentado, en algún bar a la sombra y con la grata compañía de una cañita y alguna tapa mañanera, miraba pasar frente a mí al pueblo madrileño, algunos me acompañaban en esta maravillosa costumbre.
A lo que me tuve que acostumbrar y con gran esfuerzo, “al castañeteo”, un ruido que flotaba en el ambiente en todos lados, algo similar a las clásicas castañuelas. Eran la rueditas de las Valijas, es un sonido ambiente que le ponía música funcional a mi estadía, te acompaña las 24 horas del día, en el momento que lo hagas y hacia donde mires, va a pasar un valija delante tuyo, con ese dulce traqueteo, transportando la ilusión y los deseos de un nuevo Turista, buscando o dejando su lugar a otro, que viene detrás o delante tuyo. Cada vez que te acercas al mostrador del conserje del hotel, lo encontraras haciendo el chek inn o el check out.
Alguien dijo en Torremolinos, con motivo de la Euroal, que más de 50 millones de Turistas visitan anualmente a España, cuando lo escuche no me lo podía imaginar. Todos los habitantes de mi país en un Barco gigantesco, viajando a la Madre Patria. Exagerado. Qué mal informado. Es un dato equivocado. Mi desconfianza o mi poca información. Menos mal que no lo dije en voz alta. Ahora en este momento me preguntaba si era necesario que vinieran todos juntos a Madrid. “Es que estos españoles son acaparadores de ilusiones”.
Tenía un domingo dentro de mi agenda y decidí aprovecharlo para visitar el mercado del “Rastro”, este famoso lugar reúne gran cantidad de gente que lo visita. Su venta está conformada por puestos callejeros y es una de las Ferias más grandes a cielo abierto del mundo. Es muy pintoresca y se vende de todo, desde lo más inesperado. Estuve allí muy temprano, todavía estaban terminando de armar y colocar la mercadería. Confieso que no era mi intención visitar ese tipo de Ferias, no estaba en mis planes comprar regalos, motivo por el cual deben asistir muchos turistas, para muchos una misión y aprovechar los precios más baratos también.
Las Ferias que me gustan son las de frutos, realmente me parecen muy atractivas, vi una muy interesante en Barcelona en la calle de la Rambla, en pleno centro, me pareció muy atractiva pero lamentablemente apenas entré, cerró. Alcancé a llegar a los primeros puestos porque su portón se estrelló en mi cara. Me encantó, esos dos puestos me deslumbraron, la manera tan particular de colocar la mercadería, frutas frescas uno y el otro de frutos secos, espectacular también. Igualmente la tengo agendada para una próxima vista.
Caminé por el “El Rastro”, un rato dando una mirada rápida a todos los puestos. Vi dos o tres diseños muy novedosos, que es mucho decir, encontrar algo nuevo en estos lugares. No es de todos los días. Los comerciantes aprovechan hasta los distintos niveles de la plaza para colocar los puestos, me interesaron como siempre las antigüedades y le di una amplia recorrida, tampoco encontré nada comprable o que no tenga. Si compré una pequeña herramienta gastronómica en cuyo puesto había mucha gente. Allí escuché el comentario de que ese domingo había una Corrida de Toros, decidí dejar aquel paseo y averiguar cómo era el tema para concurrir y conocer una tarde de toros. Siempre tuve la curiosidad de ver este espectáculo. Quería conocerlo y valorar mis propias sensaciones. Siempre me llamó la atención, no tanto la actividad que se desarrolla en la arena, sino la pasión que le ponen aquellos que realmente disfrutan de esta ceremonia. Quería ponerle más énfasis a la reacción de la gente. No ponerles todas las fichas al toro y el torero. Otra vez será, pese a mi esfuerzo no conseguí entradas, este es un nuevo motivo para volver.
Autor: Raúl Solis
Mail: solsolo69@hotmail.com
Ganador: 1er. Premio” Perla del Pacifico” Ecuador 2010
Y 1er Premio Perú: “País de las Mil Maravillas” Trujillo. Perú 2011
Socio Fundador de la Asociación Internacional de Periodistas y Escritores Latinos de Turismo




