La infatigable Santiago
Esa es Santiago de Cuba, ciudad que se prepara ahora para conmemorar otro aniversario de uno de sus hechos más gloriosos por la independencia cubana: el Levantamiento Armado del 30 de Noviembre de 1956, como apoyo al desembarco del Granma.
Besada por el mar y las montañas. Sembrada sobre una geografía caprichosa, ondulante, indomable. Con un clima donde el sol, el pavimento, las paredes, las calles estrechas y el anillo montañoso que la abraza, se confabulan para que el calor le otorgue un sello inconfundible.
La casa del Adelantado Diego Velázquez, su fundador, burlándose del tiempo. La catedral que desde 1522 se yergue como testigo del paso de los siglos. Las edificaciones coloniales conviviendo con las contemporáneas, a las cuales trasmiten sus íntimos secretos, para que nada se pierda. El Tivolí como permanente atalaya. Padre Pico auxiliando a los caminantes en su ascenso a la Loma del Intendente. La bahía, refrescando los pies de la ciudad. El Castillo del Morro, Patrimonio de la Humanidad, sin confiar a otros la custodia de la ciudad.
Aquí permanece enhiesto el edificio de San Basilio el Magno, aprisionando entre sus paredes las voces de ilustres educadores y no menos ilustres alumnos.
Diego Vicente Tejera, pensador socialista; Pablo Lafargue, luchador del proletariado internacional; Juan Bautista Sagarra, educador; Esteban Salas, considerado el padre de la música cubana. Aquí nació José María Heredia, el laureado cantor de El Niágara. Desde aquí, Félix B. Caignet diseñó la radionovela contemporánea. Nido de historia recogida en el centenario Museo Emilio Bacardí, primero de Cuba.
Ciudad transfundida desde su juventud por sangre negra y esclava. Tambores y cantos trascendiendo el dolor por los grilletes. La Ma´Teodora tocando su bandola. Pepe Sánchez, con Tristezas, primer bolero en el mundo; cuna también del Son. Los balcones y ventanas que se abrieron a las serenatas de Sindo, de Matamoros, Compay Segundo, Ñico Saquito y otros grandes de la trova. La ciudad – como alguien dijo - convertida en novela por Soler Puig. La cuna centenaria de la Tumba Francesa, patrimonio oral e intangible de la humanidad.
Todo eso es Santiago de Cuba. La ciudad de Mariana Grajales, de María Cabrales, de Antonio y José Maceo, de Guillermón, de Quintín, de Flor, de América Labadí, de Renato Guitart, de Frank, de Otto, Tony, Pepito, de Vilma; la ciudad de Gloria Cuadras. La ciudad que estrenó el uniforme verde olivo. Donde las madres no lloraban a sus hijos caídos, porque sus gargantas estaban ocupadas por las notas del Himno Nacional y los gritos de !Revolución!
La ciudad del Moncada, del 30 de Noviembre, de la Lucha Clandestina. La Ciudad sin cerrojos, como la calificara la heroína Vilma Espín. Aquí tuvo su fin el poder colonial español en Cuba, en 1898. Aquí se proclamó el triunfo de la Revolución cubana, el Primero de Enero de 1959, decretando el cese del dominio neocolonial de Estados Unidos en la Patria redimida.
Primera capital cubana establecida por el dominio español. Capital Moral de la Revolución, la definió Fidel.
Aquí descansan los restos venerados de nuestro Héroe Nacional, José Martí; los del Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes; los del autor de nuestro Himno Nacional, Perucho Figueredo; los de Mariana Grajales. El Santa Ifigenia es urna que atesora los restos de casi una treintena de generales de nuestras gestas independentistas; los de 40 héroes del 26 de Julio de 1953; los de decenas de caídos en nuestra última guerra de liberación y en misiones internacionalistas.
Ciudad seductora de la musa de poetas. Lienzo tendido a los pintores. Página abierta a los escritores. Ventanas siempre correspondiendo a las guitarras. De brazos extendidos al visitante. Ciudad del carnaval, de la conga, de la corneta china, de la Trocha. Ciudad del pregón, de la mano tendida al amigo y el puño cerrado ante la afrenta.
Rebelde ayer, hospitalaria hoy, heroica siempre. Ciudad bravía. Escenario cotidiano de hazañas. Ciudad irrepetible. Esa es nuestra Santiago. Patrimonio de todos los cubanos. A ella, en marcha hacia la conmemoración del nuevo aniversario del glorioso 30 de Noviembre, le dedicamos lo que de ella hemos aprendido: fidelidad, firmeza, altruismo, solidaridad y el compromiso presente para que las futuras generaciones continúen viviendo orgullosas de su Santiago.
El nombre le vino de España; el apellido, de los indígenas. De nombre y apellidos, una síntesis: mulatas y mulatos. Mezcla de sangre nativa, africana, española, asiática, francesa… corriendo por una misma vena: santiaguera.
De todos esos ingredientes está forjada nuestra historia. Todos convergieron en nuestras calles la mañana del 30 de Noviembre de 1956.
Y de tantos atributos, ¿cuál escoger para identificar a esta ciudad en cada aniversario de su levantamiento armado? No se preocupe nadie por encontrar otro que la halague. Llámela sencillamente así ¡Santiago de Cuba!, sin asombrarse de nada. O nómbrela como lució vestida en esa fecha gloriosa para todos los cubanos: La ciudad verde olivo. Y para esa fecha, a sus hijos nos compete el homenaje que más la honrará: nuestro esfuerzo multiplicado, nuestra obra engrandecida.




