Jette Virdi, propietaria de Cuch-Balam, una hacienda 100 por ciento sostenible

19 de Enero de 2011 2:21am
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Jette Virdi, propietaria de Cuch-Balam, una hacienda 100 por ciento sostenible

En cada evento para profesionales del turismo al que hemos ido últimamente se repite una constante: los conferencistas hacen hincapié en que el viajero de hoy ya no se contenta con sol, mar y arena, sino que quiere volver a casa con una vivencia inolvidable, con algo aprendido que atesorar en sus recuerdos, y que además hasta pudiera poner en práctica en su propio hogar. Y el nicho del “viajero verde” crece rápidamente, y es cada vez más exigente en cuanto al uso de las energías no contaminantes y otras prácticas ecológicas. Y no trates de engañarlo con que eres una hacienda eco-turística sin serlo, porque se te puede revertir como un boomerang!

La primera cosa que aprendes si vas a la Hacienda Cuch-Balam es a poner una mayor atención a tus sentidos. Estos parecieran dilatarse día a día por el contacto con la naturaleza impoluta, que percibes aun durmiendo en las confortables camas King de las modernas cabañas, donde son riquísimas las duchas con agua caliente, y el aseo diario se convierte en un procedimiento casi de spa. Pero empecemos por el principio…

Llegar a Cuzamá desde la ciudad de Mérida toma una hora en auto, y casi dos en los buses que salen del terminal del Noreste de la capital de Yucatán. El precio es irrisorio, aproximadamente, un dólar y 20 centavos ida y vuelta, y aunque las unidades no son las ejecutivas de ADO, son de tamaño mediano, tienen aire acondicionado y relativamente buenas butacas. El taxi sí puede costar unos 60 dólares, pero en Yucatán es seguro viajar en bus, y las personas son respetuosas y tranquilas, por lo que no valía la pena hacer ese gasto.

Cuzamá es un pueblito como tantos en la península, con muchas casitas mayas todavía y muy caliente en verano, pero de una temperatura muy fresca y agradable en estas fechas y hasta marzo. En los últimos años el gobierno regional ha invertido en promocionar sus espectaculares cenotes y las ruinas cercanas de Mayapán, una linda y más pequeña versión de Chichen-Itzá,  por lo que en temporada vacacional, el pueblo se llena de turistas provenientes de varios puntos de México, y también de algunos “gringos”, como los locales le llaman a todos los que no son mexicanos.

Una de las mayores atracciones es la vía de rieles, por donde pasan carretas tiradas por burros, el tren, y otros modos vehiculares que llevan desde alimentos hasta turistas, pasando por materiales para construcción y otros insumos.

En el terreno baldío al lado de la plaza, algunos jóvenes juegan futbol, frente a una gran hacienda de henequén abandonada. En la otra esquina, se alinean o mejor dicho, se agrupan las peculiares moto-taxis de toda la región rural yucateca, de esos que tienen un carrito con su techo adosado para que el cliente vaya sentado y no a horcajadas. Todo en el pueblito es muy pintoresco, y como si el tiempo no hubiera pasado: la frutería, las tiendecitas de abarrotes, pero hay un cyber, para le toquecito de modernidad.

Ese es el panorama que se muestra ante nuestros ojos cuando el conductor nos anuncia que ya llegamos. Pasamos por el frente de los moto-taxis y asumimos que la “gringa” que ellos nos señalan entre risas es nuestra anfitriona por los días que están por venir.

En la “vida real”, Jette Virdi no es gringa, es británica de ascendencia india por parte de padre. Nos da una cordial bienvenida y vamos conversando mientras conduce su rustico por la carretera por unos diez minutos, antes de entrar en el caminito de tierra que lleva a la Hacienda Cuch-Balam.

En unos 13 o 15 minutos divisamos un imponente arco y al fondo vemos la casona de la hacienda colonial, que una vez fue el centro de la actividad de la recolección del henequén. Algunos trabajadores se afanan en quitar la maleza del patio delantero, y Jette nos comenta que cuando adquirieron la hacienda no se podía ver la casona desde el arco, era tan espesa la selva. Dejaron casi todo original, solo que tiraron algunas paredes en su interior y abrieron unos grandes portones en la parte de atrás. Cada ventana y puerta de esta casa y de las nuevas cabañas son recicladas, al igual que los muebles.

¿Cómo fue el proceso de rescate de Cuch-Balam?

-Hace más de 50 años que nadie ponía pie aquí, y si ha sido un verdadero rescate y una experiencia muy hermosa el volver a darle vida a esta hacienda. Lo primero que nos planteamos es que estando el sol asegurado en el área de Yucatán, no tenía sentido comprar una planta diesel o imponer otro tipo de energía sobre la solar. Solo allí invertimos unos 30 mil dólares, pero soy completamente feliz al no tener que pagar facturas mensuales de electricidad.

Y continua: “Paralelamente construimos los tanques de reciclaje de agua, porque aunque la hacienda tiene su propio cenote, somos conscientes de que el agua limpia se está agotando en el mundo, y queremos aprovechar hasta la última gota que se utilice aquí en Cuch-Balam. El agua con la que nuestros huéspedes se bañan en las modernas  cabañas se reutiliza para el riego de los jardines; y  la que usamos para lavar los trastes de la cocina también va a parar a las plantas.

¿Por qué has invertido tu tiempo y recursos en este proyecto, en un pueblo que pareciera tan alejado de todo?

-Porque  si bien es cierto que esta área parece abandonada en el tiempo, tiene un gran potencial por las atracciones naturales que la circundan, tanto los cenotes, de los más bellos de Yucatán, y las ruinas arqueológicas, de gran valor también. Aparte de eso, creo que ya estamos acabando con el petróleo, el agua, gas, y hay que reciclar. Aquí no hay muebles nuevos, a lo sumo dos o tres, todos son reciclados, tratados o retapizados.  Es más económico y más sostenible, que comprar todo nuevo. Este sistema que hemos implementado representa uno de los mayores atractivos de la hacienda, siendo que mi clientela está conformada básicamente por europeos de 30 años para arriba, y los europeos están más conscientes de la importancia de ser verde hoy en día.

El sol ya está pegando con más fuerza y nos está azotando el hambre. En Cuch-Blam se puede llevar su propia comida y utilizar la espaciosa cocina de la casa-hacienda para preparar los alimentos, o participar del proceso de hacerla y comer con Jette. En la parte de atrás, a la derecha, están los cultivos orgánicos, y esta es otra de las experiencias lindas de vivir: desenterrar o tirar de los vegetales que van a utilizarse, y que son cultivados a la usanza maya. No hay ensaladas más ricas que las preparadas aquí!

La parte habitable de la hacienda por el momento está delimitada por un antiguo muro de piedras que fue reconstruido. Las caminerías las hizo fijándose por donde caminaba la gente, por allí fueron abriendo las trochas en la selva cerrada. El área de lavandería y depósito de herramientas se reconstruyó también, y da gusto lavar la ropa y colgarla en el tendedero. Cuch-Balam tiene 45 hectáreas de terreno, y hasta panteras han visto los trabajadores allí.

¿Cómo son sus relaciones con la comunidad?

-Me siento a gusto con los locales, quienes al principio se sorprendieron de que me adentrara en la selva para rescatar una hacienda sepultada por la naturaleza y el paso del tiempo, y hacerla 100% sostenible. Poco a poco ha ido creciendo el entendimiento y el interés por el proyecto, y si bien todavía no he encontrado la forma de hacer una labor educativa con los más jóvenes, estamos prestos para ello. Es muy importante que los niños desde pequeños aprendan que los recursos naturales son no renovables, que el mundo es finito, y que en nuestras manos está el que lo conservemos por más tiempo. Y así como estamos diseñamos talleres de cómo hacer compost, reciclaje, cultivos orgánicos y sobre energía ecológica para nuestros visitantes, quisiéramos hacer lo mismo, pero gratuitamente, para las escuelas y centros comunitarios.

Lo relativo a nuestra estadía lo dejo a la imaginación de ustedes. Jette tiene dos cabañas completamente privadas, muy diferentes en su estilo la una de la otra, muy cómodas, limpias, frescas, iluminadas y espaciosas, que para nada tienen que ver con el estilo colonial de la casona. Leer, descansar, echarse en las tumbonas de la parte de atrás, ver las estrellas, oír los ruidos de la selva, dormitar, y hacer vida allí es una experiencia maravillosa.

Totalmente alejados del espectro electromagnético (en la casona hay un área donde el teléfono sí agarra la señal y se puede usar el Internet), alimentándose orgánico y observando el sistema diario de esta mujer de 28 años, que ha vivido en medio mundo y  ha tomado las ideas para hacer el portento de Cuch-Balam de tierras tan lejanas como las de Europa y África, pero básicamente de su vida en Australia, donde cuenta que la gente tiene que conservar los recursos como el agua porque es escasa, es para el visitante un verdadero aprendizaje de vida.

La Hacienda Cuch-Balam es un lugar mágico, donde reencuentras la esencia de ti mismo y reafirmas la importancia que tiene aportarle algo al mundo que te rodea. Donde las estrellas se ven más y mejor. Donde las comidas tienen más el autentico sabor de la fértil tierra, y también donde puedes aprender, u oír mejor tu voz interior, aplacada por el mundanal ruido de nuestras densas ciudades. Altamente recomendable! www.haciendacuchbalam.blogspot.com

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