Brasil: Porto Belo, una belleza que debe ser desnudada
Nos acercamos a Porto Belo, el ómnibus serpentea por la ruta, sube y baja, rodeando sensuales curvas y contracurvas marcadas por orillas de aguas cristalinas. Los morros poblados de bananos. El sol fuerte y brillante. Puedo afirmar que estamos en territorio Brasilero. Sus signos vitales están todos presentes.
Cuando llegamos a la entrada de esta hermosa ciudad, al norte de Florianópolis, nos sorprendimos: su aspecto parece más industrial, no tan turístico. Es como si quisieran guardar sus hermosos tesoros en secreto.
La mezquinan, hay que descubrirla de a poco. Detrás de una de esas curvas, subiendo a un morro, en los recovecos de la ruta, sin previo anuncio aparece lo inesperado. Una bahía, embarcaciones y un mar de aguas cristalinas, azul, turquesa, todo depende de las luces y las sombras. Los caprichos de ese gran pintor que es la naturaleza. Su belleza debe ser desnudada. Esta incógnita también la hace muy atractiva.
Siempre fue un puerto de pescadores; hoy también lo es. Sus aguas guardan tesoros del mar, joyas de la gastronomía. Los bivalvos que de ellos se tratan, tienen épocas de pesca y otras no. Las autoridades de turismo combinaron las épocas de poco trabajo de los pescadores con el turismo. Cuando esto ocurre se le dan las comodidades necesarias al turista para realizar viajes de placer en sus embarcaciones. De esta manera, se terminó la competencia y todos colaboran. Me parece un gran acierto. De esta manera se enriquece la industria turística.
El lugar de reunión fue la Secretaría de Turismo. Poco a poco se distribuyeron las habitaciones. Allí, una joven hacía y deshacía con total conocimiento y autoridad. Nos subió a una doble cabina y empezó con la distribución. La calle por la que íbamos parecía que se había encaprichado y su empedrado no nos dejaba seguir; el vehículo nos hacía notar su desagrado con sus corcoveos. ¡Ustedes bajan aquí! Nos dijo con total potestad.
“Pousada Vila Verde”, así rezaba su cartel de bienvenida. La miré con recelo. A la Pousada, por supuesto. Esa calle poblada de casas y edificios, que poco me entusiasmaron. Pensé muy para mis adentros, “me podía haber tocado una que diera al mar”. Es lo que más me gusta. Vivir frente al mar es mi sueño dorado. Resignado, tomé la caprichosa de mi valija. La muy endiablada cada viaje pesa más. Entré.
Con el rabillo del ojo miré un patio muy cuidado, plantas, flores y una pileta climatizada. Repensé. Quizás me toque una habitación con vista a la pileta. El lobby muy acogedor y una amplia escalera. El señor va arriba. Señalándome a mí. Allí nuevamente a luchar con la caprichosa, éramos varios subiéndola. Hasta que la pude empujar con sus rueditas. Al frente un largo pasillo. La conserje apremiada por el trabajo iba endemoniadamente rápido.
Respiré, tomé aire e ingresé a la habitación. Inmediatamente me agaché y me escondí detrás de mi valija… El mar se metió adentro de la habitación, una ola gigante me quería tragar. No exagero, el mar estaba a mis pies. Respiré nuevamente y nuevamente tomé aire. No salía de mi alegría. Faltó poco para que me llevara por delante a la empleada. No salía de mi asombro. Ella hablaba sin cesar. Todavía no sé qué me dijo. Yo corrí y abrí la ventana. Salí al coqueto balcón. Una mesa y sillas. Para el whisky nocturno, programé. Me aferré a la baranda y respiraba, ahora sé, el aire puro del mar. Pasé un largo rato embelesado, me costaba mucho salir del trance en el que estaba sumergido.
Obligaciones… deben ser respetadas. Abrir las valijas, buscar la ropa, la afeitadora. El desodorante, dónde está el maldito desodorante. Adentro de un zapato para ahorrar espacio. Una ducha rápida y a la hora señalada en el lobby, cumpliendo con los horarios. En una hora los pasamos a buscar para la cena. Esa fue la orden. ¿Quién la puede haber dado? La misteriosa señora Joven. Hubiese querido salir a recorrer la playa toda iluminada. Paciencia. Me reservé para la vuelta.
Refugio Do estaleiro
Montados en un Overland -un vehículo sin techo, sin ventanas, todo abierto-, el chiflete de frío que hizo esa noche nos obligó a juntarnos y abrazarnos como si nos quisiéramos. El motor se quejaba en la trepada al morro. Su estrecho camino está tan malo como siempre, los saltos del todoterreno provocaban las risas y las ganas de pasarla bien y nos hicieron entrar en calor. En mi caso particular, era una gran emoción volver a este lugar. En otra oportunidad estuve alojado cuatro o cinco días. Fue maravilloso. Es una posada cinco estrellas. Sus habitaciones están distribuidas en una auténtica selva, todas ellas balconean a la bahía, y desde abajo los que miran se mueren de envidia y quieren estar arriba disfrutando con los turistas privilegiados. Es un placer recorrer los senderos muy bien cuidados, que explotan con el colorido de exóticas flores.
Ingresamos al gran salón donde funciona el restaurante, todo en madera, iluminado con luz sutil. Sus mesas servidas con flores y románticas velas. Permite salir a la gran pileta, esa que parece no tener límites, termina en el precipicio. Como telón de fondo a lo lejos, muy lejos, la otra orilla con sinuosas hileras de luces. Muy entusiasmadas, nos parecen saludar con su incesante titilar.
Los flashes de las cámaras y la gran manía digital de la fotografía, no hay límites, parecían fuegos artificiales. Todos querían capturar la mejor imagen. Los periodistas de Visión estaban en su salsa. El prefecto, el sub prefecto y el director de turismo representaron a las autoridades para darnos la bienvenida. De pronto llegó la esperada orden. A sus platos.
Un largo mostrador cobijaba nueve cazuelas de comidas humeantes, camarones, bacalao a la portuguesa, rabas, salmón con crema de alcaparras. Todos productos del mar. Las fuentes con platos fríos y la mesa de postres –la estrella fue un gran copón que contenía mouse de maracuyá. Debías ser muy hábil para evitar no ser atravesado por un tenedor o un cuchillo ávido de manjares. Pasamos una noche muy glamorosa. Llegamos muy tarde, el sueño me doblegó, las olas me acurrucaban y el canto del mar tocaba una música celestial.
Mis ojos se sublevaban y querían seguir cerrados. Los mantenía abiertos con un gran esfuerzo. Estábamos casi todos, siempre hay algún remolón. La cita: café do manaha, melancia, mango, melao, plátano, abacaxi, todas la frutas, huevos revueltos, omellettes, achocolatadas, natas y para colmo lo dulce: tortas de manzanas, strudel, muffins, budines, scones tarta de coco. La lista es interminable.
¿La gran duda? Qué como, qué no como. Bahh…sí. Lo mejor: seleccionar un poco de cada cosa, el plato estaba que reventaba. ¡Cómo nos gustan a los argentinos estos desayunos! Es más importante casi que las playas, es delirio el que tenemos por este tipo de desayunos. Lo extraño. Cuando llegamos a nuestro país, el desayuno es pelado. Somos bien locos.
El primer día es obligación probar todo y el segundo también, y así sucesivamente. Es que el desayuno brasilero es lo más tentador. Siempre pensamos: me como todo, total está incluido en el precio; de esta manera al mediodía me ahorro el almuerzo. Pero al mediodía nuevamente tenés hambre. Con el último bocado, la señora muy joven, que desayunó con nosotros, nos dijo muy suavemente, pero sin perder energía: “Vamos, apuremos, nos están esperando”.
Yo la miré y me dije: con sospechas no. A mí no te me haces la misteriosa. Ayer se acostó después que nosotros. Hoy estaba primera. A mí no me dejas con la duda. Me levanté como una tromba y le pedí permiso para entrevistarla: Me invitó a sentarme. Y con una amplia sonrisa se puso a mi disposición. Lo primero que le pregunté: qué función cumplía dentro de turismo. ¿De vigilancia? Una carcajada espontánea fue su mejor respuesta. Lo que ocurre es que yo soy la dueña de este hotel y estoy colaborando con turismo, para darles una muy buena estadía a los periodistas. Así no más, sin ponerse colorada, me lo largó. Zenelise Drodowski, con una sonrisa muy pícara, me dijo: Zene para los periodistas. No podía salir de mi asombro. Con apenas 34 años una dedicada empresaria. Las bocinas reclamaban nuestra presencia.
Un paseo en barco por la bahía en una mañana maravillosa, la estación de cultivo de Vieiras, la isla de Porto Belo, la Ensenada Encantada, la Praia do Estaleiro, los bares flotantes... Lástima que estaban cerrados. Unas carpirás nos hubiesen comunicado en forma directa con Dios. Baco, por supuesto. Melón, sandías y ananás, bien heladas, nos quitaron nuestra constante sed.




