Argentina, más ballenas en Chubut
Estábamos saboreando un cordero patagónico en Punta Norte y ya casi de sobremesa mi guía estrella, Paula Ortega, me hizo una reseña de lo que nos faltaba hacer para terminar con nuestro recorrido. También era una manera de despedida, porque lo que nos faltaba era bastante poco.
Como habrá sido mi expresión que me preguntó preocupada, ¿Qué pasa? ¿Te cayó mal el cordero? No, no balbuceaba y ella insistía ¿hice algo que te molestó? No, no, era mi lacónica respuesta. Tu cara de asombro me preocupa, insistió. ¿El recorrido no te gusta? Me quedé callado. Decime que querés y voy a hacer lo imposible para que se te cumpla.
Respiré… Respiré nuevamente muy hondo. Ahora sí. Mis palabras salieron como a borbotones. Me quedé con ganas de más ballenas. ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Qué eso de que me quedé con ganas de más ballenas? Sí, mira, estuve revisando las fotos y no tengo imágenes que puedan ilustrar mi nota. Excelente excusa la mía. Ocurre que se nubló y con el atardecer no conseguí fotos con buena luz. Además las gorditas me resultaron un poco esquivas. Bueno. Está bien. Está bien. Déjame gestionar y te cuento. Fue su rápida respuesta.
Comenzó con una serie de llamados y mensajes y en pocos minutos me dijo: Está todo solucionado. Mañana tenemos que estar en Puerto Pirámides que hacemos un nuevo avistaje ¡Genial! ¡Genial! Repetía enajenado. Mi alegría era total. La verdad es que me había quedado con ganas de más ballenas. Es una experiencia singular. Realmente alucinante es tenerlas tan cerca, tan grandes y tan inofensivas. Es inexplicable, es algo que uno no se puede perder.
Esa noche repasé las fotos nuevamente de mi experiencia anterior y no me parecieron esta vez tan mal, pero ya había logrado el objetivo. Estaría nuevamente en el mar, al lado de estos seres paradisíacos. Mientras conciliaba el sueño recordaba la charla que tuve con Luis Lepettite, el fotógrafo del “Yellow submarine”. Me contó su experiencia cuando pudo fotografiar el parto de una ballena franca austral. Una de ellas a quien bautizó “Tehuelche”, porque tiene una callosidad en la cabeza con la forma de las flechas que utilizaban estos nativos para cazar. Mi ilusión, lo confieso, era poder encontrarme con ella al otro día.
Mientras las caricias del sueño me rodeaban y se apoderaban de mí. Yo casi no oponía resistencia al dios de las sombras. El sueño que todo lo domina y te deja inmovilizado por más que te resistas. Me tenía paralizado. Ya casi no me dejaba moverme, pero no podía sacar de mi mente estas maravillosas criaturas. Son capaces de moverse en el agua como si fueran pequeños pececitos pese a sus 16 toneladas y sus 16 metros de largo. Dan toda la sensación que ellas se divierten con nosotros, como nosotros nos divertimos con ellas. Una maravilla que la naturaleza nos permite disfrutar.
Un mar calmo muy azul nos recibía con el marco de un magnifico día, muy luminoso e ideal para la fotografía. Ya estábamos montados sobre una embarcación neumática, semirrígida. “El Islas Malvinas Argentinas” de 12.40 metros de largo y 4 metros de ancho. Con tres motores de 260 HP. Cada uno. Una verdadera maravilla. La navegación muy suave y sin sobresaltos. Pese a todo ya nos rodeaba ese tufillo nervioso y la clásica ansiedad de todos los pasajeros. Todos nos entreteníamos con algo, para camuflar la espera. Preparábamos las cámaras y disimuladamente cruzábamos los dedos para que nuestras amigas se dejaran fotografiar.
A lo lejos había una que nos hacía esa clásica seña, la de un borbollón blanco como si fuera un semáforo que nos dijera “Estoy lista para salir a escena”. El capitán hacía deslizar la embarcación muy suavemente. Yo me entretuve escuchando el diálogo que tenía Luis Lepettite – nuestro guía ballenero- con dos hermosas pequeñas, ambas con cámara en mano se preparaban para el avistaje. Y comenzó el dialogo o el monólogo por parte de ellas que, en forma continua, lo ametrallaban a preguntas ¿No se asustan? ¿Y qué comen? ¿Cuándo vienen? ¿Cuándo se van? La lista era interminable y Luis, con la mayor paciencia, se las iba contestando. Una a una. Con toda la mansedumbre del mundo y su voz con tono tranquilizador las contenía a ellas y a los que quisieran escuchar en esa pequeña espera.
La embarcación se puso rápidamente a su lado. Nada se movía. El pasaje en absoluto silencio. Las cincuenta almas con salvavidas y con cara de asombro. Todas con su vista clavada en las azules aguas del Golfo. Y ella sin apuro. Tenía todo el día para hacerse ver. Estaba en diva y se hacía esperar. Todos hablábamos en voz baja. Eso sí, sin quitar los ojos de esas aguas transparentes y profundas. De pronto el clásico resoplido y esa lluvia en forma de “V” que anunciaba que el show estaba por comenzar. Nosotros recibimos la descarga eléctrica y la adrenalina movió todo nuestros estímulos y estos a su vez se pusieron resensibles.
Nos mirábamos con una expresión estupefacta en el rostro. Y nuestras cámaras empezaron a disparar. Sacó su enorme cabeza e hizo una movida como un saludo. Yo buscaba en ella la marca en forma de flecha. Quería saber si era “Tehuelche”, la misma que me había acompañado en mis sueños. No era. Poco importa. Allí estaba un hermoso ejemplar y muy predispuesta a mostrarse. A su lado la cría. Un pequeño de más de cinco mil kilos. El mismo que toma 150 litros de leche por día que su mama le ofrece. Parecían que flotaban y que hacían la plancha. Nadan tan suavemente que no provocan ningún oleaje. Solo la ausencia de alguna estridencia, todo sucede con un deslizamiento que no produce en el agua ningún estrépito.
Como por arte de magia desaparecen en la inmensidad del mar. Mientras tanto miraba a Paula, la guía estrella que sin el compromiso de la fotografía se deleitaba con el espectáculo. En el agua con las ballenas y en el barco con nosotros… los humanos. Yo la miraba y le agradecía en silencio esta nueva oportunidad de estar hoy con las ballenas nuevamente. Y el show estaba en su pico máximo. Hizo todo lo que cada fotógrafo quiso. Pero algo que sacó expresiones de admiración en la platea fue cuando sacaba su cola y la mantenía afuera de todas formas y por un largo tiempo. De esta manera los más lentos en la fotografía también tuvieron su oportunidad.
Por una larga hora hicieron todos los juegos posibles, la embarcación se deslizaba a su lado como si fuera otra cría ¿Mi duda? Quizás era ella la que no se despegaba de nosotros. Ambas, su madre y su cría, habían tomado todos los recaudos como para deleitarnos. Parecía que era el momento de hacer los aeróbicos porque hicieron todos, no se olvidaron de ninguna en esa maravillosa rutina que a nosotros nos deslumbró. Pasar por debajo de la embarcación, cambiar de lateral, saltar fuera del agua y hacer una “U” en el aire. Zambullirse y hacer con sus colas un verdadero show de amistad y de destreza. Los turistas totalmente asombrados.
Cuando la dejo debajo de la superficie del agua. La pregunta de las más rubiecita de las dos niñas fue un impacto tan importante como el espectáculo que nos brindaban las ballenas. Luis… ¿Ganan mucha plata las ballenas para actuar? Luis se quedó sin respuestas, pero lo salvó la otra niña que le hizo otra pregunta tan punzante como la anterior. ¿No nos tienen miedo? Pareciera que tanto en el agua como en la embarcación es un sentimiento que no existe. El respeto es mutuo y hasta se puede decir que existe un sentir de amor y tolerancia. Creo que ellas hacen lo imposible para ser nuestras amigas. Nosotros, los humanos, ¿hasta cuándo seremos sus amigos?




