Las oportunidades perdidas

31 de Octubre de 2018 7:34pm
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 Las oportunidades perdidas

A más de un año del anuncio de Donald Trump, en Miami, de que revertiría buena parte de lo que el expresidente Barack Obama había conseguido en materia diplomática y comercial con Cuba, los mercados de la Mayor de las Antillas siguen cerrados para los empresarios norteamericanos.

Apartadas en un rincón de uno de los pabellones de Expocuba, tan solo trece empresas norteamericanas asistían el pasado año a la Feria Internacional de La Habana (FIHAV). En la edición de 2016, sin embargo, la concurrencia había sido mucho más amplia. La compañía aérea JetBlue, por ejemplo, invirtió ese año importantes recursos para montar un stand en las afueras del área correspondiente a Estados Unidos, pues ya no quedaba espacio disponible.

Corrían tiempos mejores, tiempos de esperanzas de cara a la normalización de las relaciones bilaterales entre Cuba y Estados Unidos.

El presidente Barack Obama había tardado seis años en cumplir su promesa de campaña de conseguir «un nuevo comienzo» con Cuba. A su sucesor, el actual mandatario Donald Trump, le tomó menos de seis meses deshacer los ingentes esfuerzos de su antecesor por normalizar las relaciones con la isla caribeña.

En cuestión de meses, después del histórico anuncio del 17 de diciembre de 2014, Obama había conseguido flexibilizar las restricciones para que los ciudadanos y las compañías estadounidenses pudieran viajar a Cuba y hacer negocios con las empresas cubanas.

Se abrieron embajadas en Washington y La Habana, y se produjo, en marzo de 2016, la histórica visita de Obama a Cuba, la primera que hacía un inquilino de la Casa Blanca a la Isla desde 1928.

Durante la campaña presidencial en Estados Unidos, de cara a las elecciones de noviembre de 2016, Donald Trump vacilaba constantemente entre calificar al Gobierno de «dictadura» y prometer «un mejor acuerdo» con las autoridades cubanas.

Trump asumió la presidencia el 20 de enero de 2017. Transcurridos los primeros cien días de su mandato, el 16 de junio anunció en Miami que daría «marcha atrás» a todo lo que Obama había conseguido con su nueva política de acercamiento a Cuba.

Trump se encontraba ante uno de los primeros dilemas de su insipiente carrera como estadista. Le debía un desagravio a los exiliados de línea dura que habían desaprobado, desde el anuncio mismo, cualquier acercamiento o normalización con La Habana. Por otro lado, estaba el empresariado norteamericano, la Cámara de Comercio de Estados Unidos, las asociaciones de granjeros y cientos de grandes empresas que aguardaban la posibilidad de comerciar, vender productos y abrir negocios en Cuba.

De manera que en su afán por «quedar bien con Dios y con el Diablo», Trump comparece en Miami, con un grupo de medidas que, según los especialistas, se quedaban cortas en su alcance, pero sí tendrían un fuerte impacto.

Entonces, ¿qué ha conseguido la nueva política de Washington hacia Cuba después de poco más de un año de ser anunciada por Trump? ¿Cuál ha sido la afectación real para el empresariado norteamericano y para los turistas de ese país?

Debido a la retórica «incendiaria» utilizada por Trump, muchos norteamericanos pensaron de inmediato que ya no era posible viajar a la Isla. Como resultado de ello, la llegada de los estadounidenses a Cuba (exceptuando a los cubano-americanos) descendió en un 56,6% en los primeros tres meses de 2018 y un 24% desde junio de 2017 a la fecha.
Las dos únicas modalidades que continúan creciendo son los viajes de cruceros y los vuelos de las aerolíneas estadounidenses.

Para quienes desean visitar Cuba sin incurrir en posibles violaciones a la ley del embargo, un crucero ofrece amplias posibilidades. Se tocan varios puertos, especialmente La Habana; se hacen excursiones por La Habana Vieja y el resto de la ciudad en autos antiguos, y al final, no se hospedan en hoteles, sino en sus camarotes. Cuando más, se quedan en casas particulares y comen en «paladares».

Para las aerolíneas, tras un breve periodo de reorganización y reajuste que siguió al desenfreno inicial por colmar el mercado cubano, el panorama luce más despejado ahora y solo cinco grandes compañías aéreas (American Airlines, JetBlue, Delta, United y Southwest) dominan el servicio entre Cuba y Estados Unidos.

Para subrayar ambos elementos, baste decir que tanto las compañías de cruceros como las aerolíneas norteamericanas están aumentando sus viajes, rutas y frecuencias.

Norwegian Cruise Line ya anunció que, tras el rotundo éxito de su primera temporada en Cuba, con más de 30 000 pasajeros en apenas 15 viajes, regresará con más fuerza en abril de 2019. Las aerolíneas rápidamente se repartieron, con la anuencia del Departamento de Transporte de Estados Unidos, las frecuencias que dejaron empresas como Spirit, Alaska y Silver Airways, todas víctimas de la competencia.

El efecto de los supuestos ataques sónicos al personal de la embajada norteamericana en La Habana, que generó tensiones adicionales y provocó el cierre de los servicios consulares a los ciudadanos cubanos, también ha comenzado a desvanecerse.

A inicios de septiembre, el Departamento de Estado bajó de categoría, por segunda vez, de la alerta de viajes de ciudadanos norteamericanos a la Isla. La medida esperanza a propietarios de negocios particulares como Mauricio Alonso, quien renta habitaciones en su casa de La Habana.

«Hay mucho interés por parte de los norteamericanos en viajar a Cuba, pero cuando ellos ven las restricciones que hay en su país y todas las dificultades que tienen para venir, se lo piensan dos veces antes de hacerlo», afirma Mauricio, quien reside muy próximo a la embajada estadounidense en la capital cubana.

Pero son otros renglones comerciales, sin embargo, los que han corrido menor suerte, concretamente en Estados Unidos.
«Ciertamente el clima ha cambiado», asegura Jay Brickman, vicepresidente de Crowley Maritime Corp., compañía radicada en Jacksonville, Florida, que transporta contenedores de pollo hacia Cuba. «El optimismo que reinaba antes se ha visto opacado. Ahora la gente no dedica tanto tiempo a ver cómo pueden entrar al mercado cubano, y no creo que lo hagan hasta ver qué rumbo toman las cosas».

Según un informe del Servicio de Investigación del Congreso norteamericano, emitido después de la intervención de Trump en Miami, Estados Unidos dejaría (y de hecho ya dejó) de exportar 45 millones de dólares en ventas de trigo a Cuba, 30 millones en arroz, unos 100 millones en ventas de maíz y un monto no especificado en granos y aceite de soya.

Un proyecto tan atractivo para los empresarios norteamericanos, como la Zona Especial de Desarrollo Mariel, con grandes exenciones arancelarias y aduanales para las posibles importaciones estadounidenses, es motivo de frustración, pues aparece en la lista de 180 entidades gubernamentales cubanas con las que las empresas de Estados Unidos no pueden negociar.

«La restricción respecto al Mariel es una de las más notorias porque se trata de una de las oportunidades más dinámicas y atractivas con que cuenta la Isla en estos momentos», dijo James Williams, presidente de Engage Cuba, un grupo de cabildeo que favorece el levantamiento del embargo.

Para Carlos Gutiérrez, quien fungió como Secretario de Comercio durante la administración de George W. Bush, «es sencillamente inadmisible que estemos tomando el camino opuesto en relación con Cuba. Estas medidas de Trump son un enorme retroceso. Ya habíamos alcanzado tanto».

No es menos cierto que el embargo continúa vigente, pero para el empresariado norteamericano, los granjeros, turoperadores, agentes de viajes, hoteleros y de muchos sectores más de la nación norteña, la oferta de Obama abría posibilidades comerciales y de negocios. Un año después de poner su contraoferta sobre la mesa, la variante de Trump solo ha generado pérdidas y estancamiento.

Artículo publicado originalmente en la Revista Excelencias turísticas
 

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