Cohíba intimidades y secretos

03 de Marzo de 2016 2:55pm
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Cohíba intimidades y secretos

El descubrimiento de los mágicos poderes de seducción del más puro y original Habano de hoy quedó inscrito en la Historia Universal, con indiscutible exactitud, el 2 de noviembre de 1492, cuando Cristóbal Colón ordena explorar tierra al intérprete de su expedición, Luis de Torres, quien según el Almirante “había vivido con el Adelantado de Murcia, y había sido judío, y sabía diz que hebraico y caldeo y aun algo de arábigo”, es decir, un ilustrado sefardí apto para el oficio.

El asombroso relato de Luis de Torres a su regreso, recogido en el Diario de Navegación de Colón, se convirtió en el primer testimonio de los placenteros efectos que provocaba en los pobladores de la Isla,  aspirar el perfumado aroma de aquellas hojas secas, enrolladas, a las que prendían fuego por un extremo para recibir por el otro sus efluvios.

Desde entonces y a lo largo de más de cinco siglos, la búsqueda de un Habano cada vez más puro, aromático y refinado, capaz de pasearse en los más exclusivos salones, brillar como joya en las manos de hombres o mujeres y deleitar a los más exigentes conocedores, se convirtió en una obsesión de los mejores torcedores del mundo concentrados en las tabaquerías de La Habana, adonde llegaban las hojas de las vegas de Vueltabajo y Partido, las de mayor calidad en la Isla.

Tan pronto conocieron la aromática hoja y sus sensuales efectos, los europeos cayeron rendidos ante sus seductores placeres. Ni prohibiciones reales o excomulgaciones papales lograron impedir su expansión por el Viejo Continente.

Dos siglos después de su descubrimiento por Colón en el cacicazgo de Maniabón, en la oriental región de Cuba, los cosecheros asentados en la Isla ya se habían apoderado de muchos de sus secretos, al punto de identificar en la región de Vueltabajo, en la occidental provincia de Pinar del Río, la combinación perfecta, única y exclusiva de suelo y clima, que unida a su experiencia, la convertirían a partir de 1723 en la tierra del mejor tabaco del mundo. Complejas labores de cultivo hacen que allí germine y se desarrolle una hoja excepcional.

A partir de ese momento surgen y se consolidan las más notorias y mejor cotizadas marcas de Habanos.

Exquisitez original

Una de las claves del prestigio de los Habanos y en particular del Cohiba radica en su exclusividad, que se forja a lo largo de un minucioso proceso de técnicas y experiencias, el cual comienza con la selección de las semillas y tras un complejo proceso en la agricultura pasa por otro no menos especial y minucioso en la preparación para el torcido y la manufactura en las tabaquerías.

Desde comienzos de la década del 60 del pasado siglo se inician en Cuba estudios e investigaciones agrícolas, mezcla de ciencia, experiencia y vocación, con el objetivo de lograr una alquimia perfecta, que permitiese ir más allá de los niveles existentes en el mundo Habano.

Pero como suele ocurrir con la aparición de los genios, la irrupción inicial de la primera muestra, del que es hoy el mejor exponente de la sabiduría tabacalera cubana, ocurrió de manera fortuita.

Según la historia, una fresca tarde primaveral, mientras Bienvenido Pérez Salazar (Chicho), jefe de escoltas del comandante Fidel Castro, aguardaba en su auto la salida del líder cubano a sus faenas habituales, decidió encender uno de los Habanos que le había obsequiado días atrás su amigo Eduardo Rivera Irizarri, con quien había compartido a finales de los años 50 la labor de tabaquero en la fábrica Por Larrañaga, entonces calificada como “la Universidad” de ese oficio.

Al subir al vehículo Fidel reparó en el especial aroma de la fuma de Chicho y le preguntó de dónde lo había sacado. Encantado con la pregunta, sacó otro de los puros torcidos por Eduardo y se lo ofreció al Comandante, quien lo encendió sin demora y luego de dos bocanadas, en señal de absoluta satisfacción, comenzó a interesarse por el creador de aquella caprichosa silueta de aroma incomparable. En ese instante había comenzado a forjarse la fascinante leyenda del Cohiba.

Amigos desde la juventud en su natal Palma Soriano, Chicho volvió en busca de Eduardo a la fábrica La Corona, donde trabajaba ahora, pero esta vez le tenía un encargo que cambiaría su destino. A partir de ese momento tenía la tarea de producir, de manera regular, una mayor cantidad de aquellos puros especiales que compartía con su amigo jefe de escoltas de Fidel.

El mundo entero retenía en esos días la imagen, profusamente difundida por la prensa internacional, del líder cubano saboreando un elegante Habano, de dimensiones y apariencia poco comunes, desprovisto de las famosas anillas de identidad.

Muy pronto la nueva vitola se convertiría en la más envidiada por los aficionados, que se interrogaban cómo poder obtenerla.

Los tabacos del Comandante pasaron a ser los preferidos de otros dirigentes de la Revolución, como Ernesto Che Guevara, quien más de una vez dijo que “nunca antes en su vida había fumado nada mejor”.

Manos de mujer

El creciente aprecio por la hermosa vitola la transformó en apetecido obsequio de gobierno. Hoy en el álbum de la fábrica El Laguito, donde comenzó su producción a gran escala, aparecen las anillas de ejemplares personalizados para el Rey Juan Carlos de España, los ex presidentes Luis Echeverría, de México; Juan Velasco Alvarado, de Perú; Omar Torrijos, de Panamá; Houari Boumedienne, de Argelia; Gamal Abdel Nasser, de Egipto, entre otros.

A finales de 1964, el comandante Fidel Castro sorprendió a su jefe de escoltas con una pregunta inusitada: Chicho, ¿existen mujeres torcedoras?

—Muy pocas Comandante, respondió.

Fidel indagó cuánto tiempo demoraba en formarse un torcedor y cuánto podría costar. Y de inmediato le reveló su proyecto de crear una Escuela para Torcedoras.

La delicadeza de las manos de mujer se apoderó de una fase decisiva de la calidad en el producto final en la industria tabacalera, y había comenzado por el experimento que se materializó en la fábrica El Laguito, establecida discretamente en una casona de una antigua exclusiva zona residencial.

Un primer grupo de cuatro mujeres, bajo la dirección de Eduardo y otros cuatro expertos, puso en marcha el 19 de octubre de 1965 el novedoso proyecto que revolucionaría el legendario oficio. En poco tiempo aparecieron los primeros lotes de la estilizada vitola denominada Laguito 1, fruto de la delicada manipulación femenina.

La producción a gran escala requirió un trabajo de selección de materia prima y sistematización de la metodología de Eduardo para alcanzar el sofisticado producto final. El experto torcedor recorrió varias veces las vegas finas El Corojo, La Perla de Llevada, La Fe, Cuchillas de Baracoa, Santa Damiana, todas de Vueltabajo, y otras de la zona de Partido, en La Habana.

Tras numerosas pruebas y degustaciones, Eduardo y sus colegas llegaron a la deseada ligada perfecta: un secreto jamás revelado, que encuentra su colofón en el novedoso proceso de una fermentación adicional en fábrica, en barriles de cedro, en un cuarto oscuro, donde eliminan toxinas, como tartrato, y parte de la nicotina, y desprenden amoniaco, con lo que desaparece el tufo y presta el olor a tabaco puro.

Una vez certificada la calidad de una producción en serie, el reconocimiento de los anónimos tabacos que fumaba y obsequiaba Fidel Castro se expandía por el mundo y requería un nombre, una marca, la definitiva fe de bautismo.

Una mujer de especial sensibilidad, Celia Sánchez, nacida al pie de la Sierra Maestra y que devino principal auxiliar de Fidel Castro en cuanto asunto reclamaba su atención, rescató su nombre de las propias raíces de su historia, el mismo que le daban los hombres de la Isla que salieron al encuentro de Colón y se lo ofrecieron en gesto de bienvenida: Cohiba, la denominación que escucharon Luis de Torres y Rodrigo de Xerez, en su primera incursión, la misma que recogió en sus crónicas Fray Bartolomé de las Casas.

Por supuesto, hay más de un secreto en la artística elaboración de ese producto supremo que llega a los mercados bajo el nombre de Cohiba, pero la clave está en una cultura desarrollada a lo largo de más de cinco siglos, transferida de padres a hijos, en la vega y la fábrica, asentadas en el sitio original y único escogido por la madre naturaleza, para el disfrute de quienes aprovechan sabiamente sus placeres, con el respeto que merecen los dioses.

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