La Madre de todos los recorridos

06 de Julio de 2018 4:39pm
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La Madre de todos los recorridos

En latín sería el Iter francorum y en gallego el Camiño francés. Pero más allá de la lengua escogida, siempre habrá que decir que ninguna otra variante es la más escogida en España para peregrinar hasta Santiago de Compostela, donde yace la tumba del Apóstol.

Es, en el castellano más simple, el Camino francés, el trazado que recorre todo el norte de la península hasta su extremo más occidental, convirtiéndose en la arteria troncal a la que van afluyendo, a lo largo de su recorrido, los caminantes llegados desde otras rutas jacobeas que nacen en diferentes partes del país.

Se dice que es este el camino más concurrido de todos, que alrededor del 85 % de quienes se lanzan a la aventura –que ya no es solo de corte religioso–, transitan los casi 800 km de su trayecto que para unos pudiera comenzar en una pequeña localidad del País Vasco francés bautizada como Saint Jean Pied de Port, y para otros en Roncesvalles, un pueblito del Pirineo navarro.

Según los historiadores, debe su origen a tres de las cuatro principales vías históricas de peregrinación que provienen del interior de Europa (Via Turonensis, Via Lemovisensis y Via Podiensis), las cuales convergen en la pequeña villa de Ostabat. Y dada su extraordinaria riqueza cultural, artística y paisajística, el camino está inscrito desde 1993 como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, además de ser considerado como un Itinerario Cultural Europeo (ICE), una etiqueta creada por el Consejo de Europa para promover una cultura europea común.

En números, el Camino francés también resulta fascinante. A lo largo del recorrido cruza, en territorio español, cuatro comunidades autónomas y siete provincias: Navarra, La Rioja, Castilla y León (Burgos, Palencia, León), y Galicia (Lugo, La Coruña); cuenta con 141 poblaciones con servicios, lo cual se traduce en que el peregrino puede encontrar, como mínimo, un bar o una tienda de comestible cada 5,6 km aproximadamente y la distancia media entre los albergues que dispone la ruta roza los 3 km.

Sin dudas, son datos nada despreciables para entender por qué se trata de una ruta ideal para nuevos peregrinos, que también tendrían a su disposición una gran variedad de recursos naturales, culturales e históricos que convierten el trayecto en una experiencia increíble.

Jornada tras jornada, los caminantes descubren ciudades y pueblos encantadores con un toque medieval, además de sus impresionantes paisajes, que atraviesan los Pirineos, los famosos viñedos de La Rioja y las increíbles vistas desde la Meseta. Muchas veces la aventura termina siendo una mezcla de reto deportivo con religiosidad, con búsqueda de lo auténtico y de uno mismo, todo ello escoltado por estilos románicos y góticos, entre caballeros templarios y monjes benedictinos, entre hayas y trigos, entre leyendas y milagros.

Y si además es la gastronomía uno de los motivos que impulsa la peregrinación, no existe otro como el Camino francés para complacer al paladar. Si el albergue se presenta como el mejor espacio para el intercambio de experiencias y anécdotas, la confraternización suele prolongarse con copas de por medio, lo que constituye uno de los mayores atractivos de la ruta para los extranjeros, interesados en los célebres bares de tapas en ciudades como Jaca, Pamplona, Logroño, Burgos o Ponferrada.
Incluso, los de Santiago de Compostela, la meta de la gran ruta jacobea, esa ciudad de piedras oscurecidas por el paso del tiempo y por la humedad, de rúas viejas e imponente catedral en la Plaza Obradoiro. Ella representa el culmen de todos los itinerarios que, como el Camino francés, seguirá llenando a los peregrinos de recuerdos para toda la vida.

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