Cuenca: Los piropos que provoca una ciudad

17 de Septiembre de 2018 4:00pm
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Cuenca: Los piropos que provoca una ciudad

Santa Ana de los Ríos de Cuenca –que así se le bautizó en honor a su similar de España, los cuatro ríos que la atraviesan y a la Santa Católica– debe sentirse ruborizada como muchas beldades en esta América estentórea. No es para menos cuando se despiertan tantos lances amatorios en quienes se le acercan.
No le faltan piropos a esta urbe ecuatoriana, desde Atenas de la nación, pasando por joya del país, ciudad mágica, hasta cuenca de Los Andes, y quién sabe cuántos otros menos publicitados. Voluptuosidades arquitectónicas, culturales, paisajísticas, arqueológicas e históricas parecen enardecer los instintivos apetitos tan comunes en esta región del mundo.
Recostada sobre lo que en lengua Cañari se denominaba Guapondelig y hoy se traduce como una «llanura ancha como el cielo», parece vivir ciclos de eternas congratulaciones, que corren como las aguas del Tarquino, el Yanuncay, el Tomebamba y el Machángara.
LA ENTRADA DEL PUMA
En apasionante viaje a la semilla se convierte la visita a esta ciudad, surgida de las ruinas de las guerras intestinas entre los habitantes primigenios de América y el posterior enfrentamiento y conquista de los colonizadores españoles. Uno de los espacios donde puede respirarse ese laberíntico pasado es el Mirador e iglesia del Turi, privilegiadas alturas que marcan la desaparición de la cultura Cañari y de la llamada zona de Guapondelig, a consecuencia de la conquista de los Incas, bajo el mandato de Túpac Yupanqui, los que sobre las cenizas de la anterior ciudad levantaron primero Tomebamba y luego Pumapungo, que en Quechua significa La entrada del puma.
En ese último lugar nacería Huayna Capác, quien lideró a las Incas y fue padre de Huasar y Atahualpa, los príncipes que conducirían a su fin ese imponente imperio frente a la conquista española.
Desde las ruinas de Pumapungo, convertidas en parque arqueológico y etnobotánico, pueden tocarse los cimientos de las construcciones incaicas, sus sistemas de riego, un túnel que servía de mausoleo, plantas de variadas especies, aves rescatadas y animales totémicos referentes de las culturas ancestrales. En las salas del museo aledaño puede palparse a su vez toda la herencia de la cultura prehispánica en otra dimensión.
A PIE Y CON CALMA
El consejo de quienes han visitado el centro histórico de esta capital de la provincia de Azuay, tercera ciudad en importancia del país, ubicada al sur de la sierra ecuatoriana a más de 400 km de Quito y a una altitud de 2 535 m.s.n.m., es hacerlo a pie y con calma.
Su declaratoria como Patrimonio Cultural de la Humanidad ya realza los valores de ese entorno, del que se intentó salvar su trazo colonial, aunque muchos de sus edificios se levantan con un estilo republicano francés de un corte vernáculo o tradicional.
La edificación emblema es la catedral de estilo europeo de la Inmaculada Concepción, también catalogada como la Nueva Catedral de Cuenca. Con sus enormes cúpulas de teja azul domina el parque Calderón, que centra la urbe y está adornado de palmeras, estatuas y heladerías.
Entendidos afirman que los edificios de Cuenca son inusuales entre los que se erigen en las ciudades de Suramérica, por su estilo renacentista del siglo XVI en combinación con el barroquismo, de lo que es una expresión singular la catedral El Sagrario, concluida en 1557 sobre las ruinas incas. También destacan la diversidad de cruces sobre los techados, en correspondencia con clases sociales y creencias.
Los cafés y galerías a los que se llega sobre calles adoquinadas completan el cuadro de belleza y tranquilidad, que deviene ambiente ideal para que escritores y poetas desarrollen su arte en la que mereció el sobrenombre de capital cultural de Ecuador, entre otras razones, por ser cuna de reconocidas figuras en este ámbito.
 La prominencia cultural la potencian además, junto a las artesanías, la realización de numerosos festivales internacionales, como el de artes escénicas, así como una bienal de la plástica única en el país. Se suma una extensa lista de fiestas tradicionales, entre estas la Cantonización, el 12 de abril; las Cruces, el 2 de mayo; el Septenario, que comienza con las celebraciones del Corpus Cristi y se extiende por ocho días en el mes de junio; los Fieles Difuntos, el 2 de noviembre; y el Pase del Niño Viajero, que se realiza en las calles del Centro Histórico y sorprende por su desfile de niños disfrazados de personajes bíblicos, en una combinación del folclor y las tradiciones con la fe religiosa.
CIUDAD PARA SABOREAR
El desarrollo turístico de la región austral del Ecuador puede presumir de contar con el tesoro que significa Cuenca. A los valores mencionados pueden añadirse otros, como el Museo de las Culturas Aborígenes y el de las Conceptas. El primero expone unas 5 000 piezas, mientras el segundo, que ocupa las instalaciones que servían de enfermería a un antiguo monasterio descuella, además de por la arquitectura, los patios y galerías, por las colecciones de arte religioso.
Entre los espacios abiertos destacan Barranco, en los alrededores del río Tomebamba, con el espesor de sus sauces y arboledas, los antiguos puentes y la pintoresca arquitectura colonial que bajan hacia el río en forma de escalinata. Un total de 120 estructuras arquitectónicas son protegidas allí, entre las que resaltan el espacio arqueológico Todos los Santos; la plaza Cruz del Vado, con su espectacular vista de las partes baja y moderna de la ciudad; el Puente Roto, arrastrado por la corriente; y las bajadas del Padrón y del Centenario.
Culebreando el mismo río se puede recorrer la Calle Larga, avenida afamada por su vida trepidante, su oferta cultural y por concentrar la mayoría de los bares y restaurantes citadinos.
Un espacio espectralmente llamativo dentro del contorno urbano lo constituye el Prohibido Centro Cultural. Se trata de un bar cuya decoración está concebida de imágenes provocativas de demonios, religión, sexo y violencia.

ENTRE PASEOS Y BAÑOS
Con una pintoresca iglesia construida a mediados del siglo XX, que constituye una réplica en miniatura de la superconocida catedral de la Inmaculada, la parroquia de Baños, a unos 8 km de Cuenca, combina la envidiable gastronomía típica (son famosas las empanadas de viento) con balnearios termales, cuyas aguas fluyen desde vertientes subterráneas ubicadas a lo largo de una falla volcánica de más de 10 km de longitud, y hosterías que cuentan con baños turcos y saunas.
Por ser del tipo «hipotermal», el agua en estado natural emerge a la superficie a una temperatura de 78°C, por lo que se somete a un proceso de enfriamiento y canalización (se lleva a unos 40°C) para que pueda ser disfrutada.
Según estudios científicos, las aguas termales de Baños son ideales para el tratamiento de dolencias como reumatismo, afecciones de las vías respiratorias, anemia, nerviosismo, estrés, afecciones cutáneas como acné y psoriasis; gastritis, cálculos biliares, ansiedad, etcétera.
La existencia de Baños como asentamiento humano se remonta a la época precolonial e incluso preincaica, porque la presencia de recursos naturales como las aguas termales y vetas auríferas, más su localización geográfica, la convirtieron siempre en un lugar estratégico, por lo que debió ser conocido y poblado por los cañaris originarios de esta parte de los Andes ecuatorianos.
A distancias superiores de donde se encuentra la parroquia de Baños, se hallan el Parque Nacional Cajas (más de 30 km) y las Ruinas de Ingapirca (80 km). Con sus 28 500 ha, en el primero se unen el paisaje de los páramos y las cumbres andinas. Las segundas, por su parte, son valoradas como el complejo arqueológico más relevante del país y fueron un sitio de adoración y veneración.  Su estructura más majestuosa es el imponente Templo del Sol.
Y entre tanta adoración cabe preguntarse si no estaríamos tentados de llegarnos hasta Cuenca y hasta regalarle otro excitado piropo o atrevida galantería.

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